Cuando uno piensa en América Latina, surgen a la mente imágenes de una región caracterizada por sus permanentes promesas de progreso y desarrollo incumplidas, de esfuerzos democráticos frustrados por reversiones autoritarias, en donde la retórica latinoamericanista de apoyo y colaboración mutua abunda, pero donde la práctica diaria permanentemente la desmiente. (Para ilustrarlo, basta ver la situación energética latinoamericana, con abundancia de productores y consumidores, pero sin que el flujo interpaíses que satisfaga esas demandas se produzca: Bolivia no le vende "ni una molécula de gas" a Chile por su disputa marítima , Argentina no cumple sus contratos con Chile, a pesar de su alianza estratégica con éste, Brasil le paga un precio muy por debajo del valor de mercado a Bolivia por su gas, como si mereciera ser subsidiado por un país con las dificultades económicas de Bolivia, Perú está pensando vender su gas a México, entre muchos otros ejemplos).
Asimismo, este es un continente donde sus líderes se preocupan más de reelegirse que de establecer instituciones que conduzcan al progreso. En resumen, América Latina transita una especie de permanente mediocridad, con avances lentos y discontinuados, y, por lo tanto, con poblaciones frustradas, que manifiestan una creciente desconfianza hacias los políticos tradicionales.
Ultimamente, esta especie de caos institucional, esta obsesión por elegir caminos de desarrollo alternativos a los que probadamente han funcionado en el primer mundo y en los países que lo han alcanzado en el último tiempo, de insistir en los liderazgos personalistas, que no construyen institucionalidad sino más bien arbitrariedad autoritaria, toma cuerpo en los gobiernos de Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia y Kirchner en Argentina. Todos ellos usan una retórica de mediados del siglo pasado para transmitir sus ideas de desarrollo, con actuaciones que son crecientemente más personalistas. (En rigor, Morales todavía tiene algo de tiempo en el que se le puede otorgar algo del beneficio de la duda).
En ese poco halagüeño escenario surge, por primera vez en mucho tiempo, una visión más optimista. En efecto, en Perú fue elegido Alan García, quien hace 20 años hubiese sido un ejemplo de los malos hábitos recién mencionados, pero que en esta ocasión, quizás porque ya está peinando algunas canas en las sienes, parece haber comprendido cual es la estrategia correcta para el desarrollo, que él la resumió diciendo que quiere copiarle a Chile, que quiere competir con Chile y que quiere ganarle a Chile. Es la primera vez que un gobernante de izquierda en Latino América afirma explícitamente que el modelo chileno es el correcto, lo que no es un hecho menor.
Pero, ¿cuál es ese modelo? Ese modelo no es más que el fundado en una democracia representativa, apoyado en una economía de mercado abierta al mundo, inserta en una economía globalizada, comerciando con todos y no protegiéndose de todos, construyendo instituciones impersonales que fortalecen las libertades individuales y armando redes de protección para los ciudadanos más desvalidos. Esto significa abandonar el proteccionismo brasileño o argentino, el personalismo y autoritarismo chavista, la estatización boliviana, o el fallido experimento socialista castrista.
El hecho que García se haya sumado a ese esfuerzo chileno - que ya lleva más de 15 años de trabajo en democracia, pero 30 años de esfuerzo económico contando las reformas económicas ocurridas durante el gobierno militar -, que la Colombia de Uribe también transite ese camino, que El Salvador esté una siguiendo una senda similar, y que el México de Calderón es partidario de esa misma vía, comienza a perfilar un cuadro distinto en América Latina. Surge un sector, el extremo occidental de América Latina, constituida por Chile, Perú, Colombia, El Salvador y México, que estaría adscribiendo a las reglas modernas para lograr el desarrollo y que no por casualidad, es el sector que mira al Asia Pacífico.
Así mirado, pareciera que una espina se hubiese clavado en América Latina desde el norte, que nace en Cuba y que de allí se incrusta en Venezuela y llega hasta el corazón del continente en Bolivia, dividiéndolo en 3 partes. La occidental, recién mencionada, que estaría siguiendo la senda correcta; la central, con Cuba, Venezuela y Bolivia, que está herida por esta espina y gobernada por una izquierda que podríamos caracterizar como populista, y la oriental, con Brasil y Argentina, gobernada por una izquierda que podríamos calificar de proteccionista.
Si Chile y Perú siguen por el camino de crecimiento de los últimos años, y México logra salir de su letargo foxista, luego de recuperar la democracia, es posible que finalmente América Latina como un todo tenga un modelo al que puedan adherir el resto de los países de la región, y comenzar a transformarse en un continente que comience a cumplir las promesas que muchos le auguraban el el siglo XIX. Es muy temprano para saberlo, pero es al menos una esperanza, luego de tantos años de frustración.
1 comentario:
Bien; con estos tres primeros posts ya empieza a configurarse tu identidad en este espacio virtual. Me siento honrado de colaborar en traer a una tan valiosa y documentada mirada a esta escena que sin duda será un gran aporte.
Bienvenido.
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