miércoles, enero 31, 2007

ISLA DE PASCUA: MERCADO Y RESTRICCIONES DE TAMAÑO

Volviendo desde Anakena - la playa más conocida de la Isla - luego de un paseo a caballo por su costa noroccidental bajo las laderas del volcán Terevaca, conversaba con Pantu, dueño del negocio de paseos a caballo, mientras manejaba la pick-up en que nos transportaba de vuelta. Mirando el reforestamiento que se observa en la isla - sobre la base de plantaciones artificiales intensivas, en algunos casos, y aisladas en otros, pero que se han ido reproduciendo por extensión biológica natural - le pregunto a Pantu si algo similar a ese resurgimiento está ocurriendo con la agricultura, pues las tierras agrícolas que recorremos no exhiben los efectos de la erosión y la salinidad a que fueron sometidos en los últimos cientos de años antes del siglo XVIII.

Su respuesta me dejó confundido. Me dijo que las tierras eran efectivamente productivas, pero que los locales de la isla no querían trabajarla. Pero cómo, le digo, si se puede producir, si hay demanda para esos productos, dada la cantidad de turistas que quieren consumir vegetales y tubérculos orgánicamente producidos en los distintos restaurantes de la isla, cómo es que nadie se dedica a ello. ¿Se trata acaso de un problema de precios? ¿No es un buen negocio trabajar la tierra? Sí, es un buen negocio, pero la agricultura requiere un trabajo constante de todos los días, me responde. Pienso para mis adentros, sin revelarle el contenido de mis pensamientos, que me está diciendo que los nativos se han puesto flojos. O sea, le retruco, lo que ocurre es que ganan más trabajando en turismo. Sí, me dice, es más conveniente acompañar a un turista a la playa, o llevarlo a bucear, o hacerle clases de surf, o tocar música en un pub, que levantarse temprano todos los días para trabajar la tierra.

Esa conversación es la que me hizo reflexionar sobre las motivaciones de la población de la isla. ¿Será que sigue patrones distintos de las de otros lugares, y por eso no trabajan la tierra, a pesar de ser un buen negocio? ¿Será que los nativos son distintos a los trabajólicos miembros del mundo globalizado, algo que me resisto a creer, convencido de la universalidad de las principales motivaciones que impulsan a la psiquis humana, como lo ha mostrado la psicología evolucionaria?

En realidad, una de las cosas que ocurren en la isla es que sólo los nativos pueden ser dueños de tierra o propiedades. Esto significa que nadie que venga del continente puede tener su casa propia, o campo propio, u hotel propio, si no es en algún tipo de acuerdo de arriendo o de uso compartido de ese bien raíz con algún nativo. Eso les da a los nativos una protección de tipo monopólico respecto del uso de esos bienes, y así, por ejemplo, el nuevo hotel Explora que se va a instalar en la Isla, será en sociedad con un local. Esto significa que quizás, como nadie pude producir productos agrícolas si no es un nativo y dueño de un terreno apto para ello – ningún continental se vendrá a la Isla con el único propósito de arrendar un predio para producir vegetales – entonces los pocos locales que podrían hacerlo prefieren realizar actividades más lucrativas por menos trabajo. O sea, posiblemente la agricultura tiene una productividad por hora más baja que otras actividades ligadas al turismo. Pero eso, nuevamente, puede ser el resultado de la protección que tienen los isleños, que hace que sean tan lucrativas las actividades turísticas en comparación con las de producción de alimentos, que ello distorsiona artificialmente las productividades.

Entonces, eso me llevó a pensar, si sería bueno que se eliminase esa protección a favor de los isleños. Si así fuera, cualquiera podría comprar terrenos, cualquiera podría poner un hotel, producir alimentos a establecer negocios turísticos. Pero, en ese escenario, ¿qué impediría la aparición de hoteles tipo resort para turismo masivo, la construcción de villas de descanso para europeos ricos que quieran tener una casa de descanso en la isla, la proliferación de motos de agua, de esquí acuático, de comercio generalizado, en fin, que lograría frenar esta especie de sobrepoblación turística? Y, en ese caso, ¿quién impediría un nuevo colapso de Isla de Pascua, en términos de su entorno eco-arqueológico, que es lo que le da valor y que atrajo toda esa actividad inicialmente?

Por ello, parece razonable que existan restricciones en la forma de reglas para saber quiénes pueden y cuánto pueden explotar los recursos turísticos, culturales y arqueológicos que ofrece la isla. La escasez objetiva de esos recursos puede fácilmente, en un ambiente de sobreexplotación, generar una pérdida de una parte importante de ellos, en este caso por erosión humana más que geográfica. Ya pasó hace 300 años, y se hace necesario aprender de las lecciones del pasado. Esto no significa limitar la libre iniciativa al mercado, sino reconocer que habiendo recursos limitados, es necesario cuotear su uso. A algunos les gustaría un sistema de licitación más abierto, a otros les parece bien que los nativos tengan preferencia, pero que es necesario poner reglas, algo que una visita a la isla parece no dejar lugar a la discusión.

jueves, enero 25, 2007

ISLA DE PASCUA: AISLAMIENTO Y FRAGILIDAD AMBIENTAL

Premunido del libro “Collapse” de Jared Diamond, que intenta extraer los patrones que se repiten en los casos de pueblos o culturas que han “colapsado” a través de la historia - y Rapa Nui es una de ellas – comienzo mi viaje a Isla de Pascua. Diamond cuenta la curiosa mezcla de aislamiento y claustrofobia que produce acercarse a Isla de Pascua por avión: rodeado de mar por todos lados, con la incerteza de si el avión tiene suficiente combustible para volver si no pudiese aterrizar, y con la sensación de pequeñez del lugar en medio de la inmensidad del Pacífico. Mientras voy en el avión leyendo ese mismo pasaje del libro, ya próximos al aterrizaje, miro hacia la pantalla que posee la cabina de pasajeros y observo el mapa que muestra a la Isla junto con la silueta del avión acercándose a ella; de pronto me doy cuenta que nunca me había tocado ver en esos mapas un trozo de tierra tan pequeño - acostumbrado a ver trozos de continentes y no pequeñas islas – junto a un avión tan desproporcionadamente grande respecto del sector sobre el que aterrizará. Una extraña sensación recorre mi cuerpo, a la que convergen el asombro junto con la inquietud, la curiosidad junto con la angustia, el entusiasmo junto con la prudencia. La Isla está a 3.700 kilómetros del continente, y a unos 2.300 kilómetros del islote Henderson, que en sus mejores tiempo albergó grupos humanos de no más de 2 o 3 docenas de personas en total. Y, entre medio, mar, .... solo mar.

Ya aterrizado, registrado en el hotel, camino por sus jardines en dirección a la costa, siento esa saludable sensación que me produce la salobre brisa marina penetrando en mis pulmones y observo hacia el horizonte. Mar, .... solo mar. Luego miro hacia mis espaldas, hacia la isla, y el paisaje que observo es curiosamente similar al que se encuentra en cualquier lugar de la costa continental: lomajes suaves y verdes, hasta donde la vista permite ver. Vuelvo nuevamente mi vista al mar, y lo que veo es, para mi sorpresa, el mismo mar que se observa oteando el horizonte desde la costa central de Chile. Es curioso, me digo, la costa y la tierra firme son iguales a las del continente y, sin embargo, las situaciones son tan distintas. Claro, lo que nuestros sentidos alcanzan a advertir de las características físicas de nuestro entorno son muy similares en ambos casos, porque nosotros alcanzamos a ver sólo una fracción del mar que tenemos al frente como asimismo una fracción de la tierra firme que nos rodea. Sin embargo, cuando reflexionamos sobre la real situación de aislamiento y distancia en la que nos encontramos en Isla de Pascua, esas mismas similares características físicas cobran un significado distinto en nuestra mente, porque nos damos cuenta que a pesar que sólo vemos tierra firme cuando volteamos hacia nuestras espaldas, esa tierra se acaba un poco más allá para volver a estar rodeados del mar interminable, y entonces, y sólo entonces, comienza a emerger el inquietante escalofrío emocional del aislamiento, de la limitación de movimiento, de estar, en cierto sentido atrapado.

Entonces reflexiono y me digo: esta es como la diferencia que hace el filósofo John Searle entre sintaxis y semántica, cuando describe su experimento de la “pieza china”. En este caso, la sintaxis son las características físicas del entorno que excitan los conos y bastoncitos de mi retina, y la semántica es el significado que mi mente le da a todo ello, poniendo esas características físicas en contexto, relacionándolas con mi experiencia en el mundo, y con la situación general en la que me encuentro. Por eso, a pesar que lo que veo no es distinto de lo que podría ver desde un acantilado cerca de Horcón, el contexto de toda la situación le confiere a ella un significado que me hace sentir un poco de claustrofobia, una sensación emocional que no puedo transmitirte con fidelidad, y que es necesario que la vivas tú también para intentar capturar lo que quiero decir integralmente.

Con ese contexto en mente, con las explicaciones que Diamond me entrega de la expansión de todas los conglomerados humanos que se esparcieron a Polinesia desde Nueva Guinea, y las dificultades a las que se enfrentaron cuando intentaron habitar islas pequeñas, comienzo a comprender el concepto de fragilidad ambiental que está presente en la historia de la Isla de Pascua y que explica el misterio del colapso de la civilización que la habitó con éxito hasta hace sólo unos 300 años atrás.

En efecto, en tan solo 170 kilómetros cuadrados (alrededor de un quinto de la ciudad de Santiago), lo que hagas respecto de la utilización de los bosques, de las aves marinas y terrestres, del uso de los escasos suelos agrícolas, la relativa negligencia que tengas respecto de lo que ocurra con la erosión, la repercusión catastrófica que eso puede tener sobre tu calidad de vida, pasa a ser vital para tu supervivencia, pero no de manera inmediata, sino pausada, infinitesimal, difícilmente advertible, lo que lo hace aún más peligroso, porque cuando ya te das cuenta del problema es demasiado tarde. Cuando los árboles fueron sobre explotados para fabricar canoas, hacer fuego e incinerar a los muertos, fabricar cuerdas para arrastrar los moais, utilizar sus troncos para construir rieles o camas sobre los que descansaban los moais cuando eran trasladados, cuando los ratones traídos de otras islas se multiplicaron en Pascua y se alimentaron de los cocos de las grandes palmeras de la Isla, impidiendo que su reproducción fuera a una tasa suficiente como para restituir su explotación, los nativos comenzaron a tener dificultades de alimentación, los suelos desprovistos de árboles se erosionaron, las zonas más bajas recibieron entonces el arrastre de las sales de las colinas sin árboles, disminuyendo su aptitud agrícola, la lejanía de otros volcanes o de las plumas de polvo continentales impidieron que esa tierra recibiera nuevos nutrientes, y todo ello se tradujo en hambre y disputas internas entre los distintos clanes que habitaban la Isla, sin posibilidad de volver a salir a buscar mejores horizontes por falta de nuevas canoas, ya que la madera había desparecido, y así, el colapso se hizo irreversible.

Esa frío e implacable relato que hace Jared Diamond, con la ventaja de la mirada en retrospectiva, con los antecedentes que le da ciencia - los palinólogos, zoólogos y arqueólogos y sus laboratorios de última generación – con la comparación que pudo hacer con otras culturas que vivieron situaciones similares, es lo que me hace sentir, con cada paso que doy sobre la Isla, con cada mirada que hago de mi entorno, observando las plantas, las aves y los árboles que comienzan ahora a reforestar la Isla, la fragilidad ambiental en la que se encuentra, la íntima y estrecha relación de los distintos elementos del paisaje - fauna, flora y geología de la Isla – con las posibilidades de cada uno de ellos de sobrevivir o perpetuarse y lo que todo ello significa para las personas que la habitan. Nuevamente, esa sensación que recorre mi cuerpo es una de significado semántico y no de sintaxis física. Es una palpación emocional del entorno por el que camino más que el entendimiento de un paper publicado en una revista científica. Es la comprensión que hago de la información que recojo alrededor mío, procesada por el conocimiento que he logrado acumular a lo largo de mi vida, con la clasificación de esa información en las categorías conceptuales que me resultan más al alcance de la mano. Es, en resumen, la transformación de información en significado, y el significado en estado emocional, es la incorporación de Isla de Pascua y su historia a mi acerbo vivencial . Es, en suma, el proceso cognitivo humano desde una perspectiva monista, en que mente y cuerpo forman parte de un todo que aprehende su entorno, y en el que las conexiones sinápticas de mi sistema nervioso central, los fluidos hormonales que recorren mi cuerpo y el procesamiento conciente e inconsciente de todo ello en eso que llamamos mente, constituyen un todo coherente, que fluye en el medio lingüístico en el que nos desenvolvemos.

¡Qué curiosa mezcla de pesquisa del entorno, con introspección respecto de los fenómenos neuronales y biológicos que animan esa pesquisa! ¡Qué especiales los fenómenos y los meta-fenómenos que esta visita a Isla de Pascua me provoca! Por eso resulta fascinante visitarla.

ISLA DE PASCUA: REFLEXIONES DE UN TURISTA CURIOSO

Visitar Isla de Pascua es de esas situaciones que te ocurren en contadas ocasiones, en la que la descripción intelectual que hagas a posteriori de esa visita no captura toda la riqueza emocional de las vivencias experimentadas. Me podrás argumentar que eso no es tan raro, que uno podría decir eso de cualquier vivencia. Por ejemplo, de cuando uno va a un restaurante. Claro, describir la corvina que te llega a la mesa - la cuidadosa elección que hiciste entre las opciones del apetitoso menú -, indicar cuales con sus aderezos y acompañamientos, no es lo mismo que sentir el placer sensorial de su lujuriosa ingesta. Sin embargo, ir a un restaurante es suficientemente frecuente como para que lo que me expliques o digas sobre ello sea captado por mí, tanto intelectual como emocionalmente, porque ambos habremos vivido situaciones similares muchas veces. En el caso de Isla de Pascua, sin embargo, la brecha entre la descripción de las vivencias experimentadas y la sensación emocional que ellas te provocan es mucho más marcada, justamente por lo distintas e infrecuentes que ellas son, producto justamente de las particularidades geográficas, ambientales e históricas que ofrece la isla.

Eso hace que cualquier historia que te cuente sobre Isla de Pascua sea emocionalmente incompleta, pues las explicaciones que te entregue no son capaces de transmitirte las particulares sensaciones vivenciales que me generó esa visita, pues para ello sería necesario que ambos las hayamos vivido para compartirlas integralmente. Entre ellas está el aislamiento y lo que ello te provoca, la fragilidad ambiental que uno advierte, el contraste entre el entorno socio-cultural con el que interactúas y la civilización global con la que estamos acostumbrados a convivir y la historia que subyace en los diversos sitios históricos o arqueológicos que visitas.

A pesar de las dificultades a las que he hecho referencia, me gustaría comentarte algunas de esas sensaciones, porque la novedad de ellas permiten reflexionar de manera más general sobre los problemas cotidianos de nuestra sociedad, y sobre las encrucijadas que los humanos tenemos que sortear cuando observamos nuestra historia desde una perspectiva más amplia.

Este preámbulo no tuvo como objeto, como podría parecer, ponerme un parche antes de la herida respecto de mis limitaciones lingüísticas - que tampoco pretendo ocultar, por lo demás - sino más bien, intentar alertarte sobre la disposición anímica que deberías tratar de adoptar para que mis descripciones hagan más sentido.

No quiero contarte ni la historia de la isla – para eso hay mucho mejores y más instruidos textos – ni relatar los detalles constructivos o arquitectónicos de los moais ni describir nada de lo que uno puede encontrar en el abundante material más conocido que sobre Isla de Pascua existe, sino transmitirte las reflexiones que un curioso habitante del siglo XXI hace de su visita a la isla, a propósito de lo que la ella le provoca, en contraste y en similitud a lo que es la vida en el mundo complejo e interconectado en el que nos toca vivir. Mi idea es separar estas cortas reflexiones en cuatro partes.

- aislamiento y fragilidad ambiental
- mercado en un entorno cerrado
- cultura y turismo
- prospectiva

Si esta introducción ha logrado provocar tu interés, te invito a comenzar con la primera de las reflexiones de esta corta saga.