Hace unas semanas nos encontrábamos en Italia con Ximena, volviendo de un maravilloso viaje en bicicleta por Eslovenia y el sur de Austria. La compañía que organizaba el tour había dispuesto un bus para sacarnos del precioso balneario de Velden, en la Carinthia austríaca, para dejarnos en Venecia, cerca de los aviones y los trenes. Ahí arrendamos un vehículo, con la idea de llegar a Roma en dos noches evitando las grandes ciudades. Así, pasamos por pueblos pequeños como Vincenza (y vimos las obras del gran arquitecto
Palladio), Ferrara (donde se filmó El Jardín de los Finzi-Contini), Fiesole (desde donde hay una espectacular vista en altura de Florencia),
Orvietto (probablemente la más bella catedral italiana), el Jardín de los Monstruos (que dio lugar a la famosa novela de Manuel Mujica Lainez, Bomarzo) para finalmente llegar a la ciudad eterna. Esa última noche la pasamos en Roma, y nos dejamos la mañana siguiente para recorrer algunos puntos escogidos con anterioridad; visitamos una exposición de grabados de
Piranesi en la casa de Goethe y pensábamos ir a un museo cerca de la fuente del Tritón antes de ir al Ara Pace, cuando de pronto nos encontramos frente al mercado de Trajano. El mercado está ubicado junto a la famosa columna que lleva el nombre de ese emperador y adyacente al foro de Trajano, junto a la Avenida de los Foros Imperiales.
Se anunciaba una exposición de fotos del cine de 1950 a 1960, titulada "la Dolce Vita", que además permitía visitar el mercado, con explicaciones detalladas de su arquitectura y muestras de los restos artísticos que aún se podían identificar de aquel.
La doble exposición resultó muy tentadora, de modo que nos adentramos en ella. Efectivamente, rememorar el cine de esa época en las fotos de las estrellas italianas de entonces - Marcello Mastroiani, Sofía Loren, Gina Lolobrigida, Claudia Cardinale, Vittorio Gasman - o ver a Alain Delon, a Frank Sinatra o a Charlton Heston con Stephen Boyd (en una Vespa y vestidos para filmar Ben-Hur), , Ava Gardner o Elizabeth Taylor, ataviadas con la moda y los peinados de aquellos años exhibiendo un físico menos intensivo en gimnasios y quirófanos de cirugía estética que las actuales estrellas, fue una experiencia nostálgica.
Revivimos una época pasada, que ya no estaba, de la cual sólo quedaban "ruinas", constituidas por fotos de revistas que ya no circulaban.
Simultáneamente, al recorrer las salas del mercado de Trajano, observando trozos de un capitel exhibido en una plataforma en la que se insinuaba en un dibujo la forma original que lo completaba, o los saldos de frisos expuestos de manera similar , tuvimos la sensación de estar frente a otras ruinas, a ruinas de verdad, a las que siempre habíamos llamado ruinas.
Sin embargo, la pregunta que nos quedó dando vueltas fue: ¿qué diferencia conceptual importante había entre ambas tipos de ruinas? En cierto modo, concluimos, no había ninguna. Ambas formaban parte de un pasado que ya no estaba, y aunque teníamos vagos recuerdos de la época de la Dolce Vita, para la generación de nuestros hijos, ni eso sería válido. Ambas exposiciones no eran más que un trozo de historia...
el blog de alvaro fischer
jueves, septiembre 30, 2010
lunes, septiembre 08, 2008
DE CESKY-KRUMLOV A PASSAU:CRUZANDO LA“CORTINA DE HIERRO” EN BICICLETA
Cesky-Krumlov es un pueblo ubicado en el sur de Bohemia, el sector occidental de la República Checa. Para los alemanes, el nombre del pueblo es Krumau, y viene del vocablo “krum”, que significa “torcido”, porque esa es una de los rasgos que caracterizan al pueblo. Como nos lo explicó nuestro guía checo Sanda, el río Vltava – Moldava para nosotros, el mismo que cruza Praga – lo serpentea de manera particularmente torcida, el empedrado de sus calzadas es torcido, pues no sigue un patrón regular ni en su trazado ni en el tamaño de sus adoquines, sus calles son torcidas, ofreciendo inesperados balcones, tiendas o vistas de su castillo, al doblar sus esquinas.
También su historia es torcida. En los siglos XVII y XVIII la influencia alemana se manifiesta de manera notoria, pues el castillo – el segundo más importante de la República Checa después del de Praga – pasó de la familia Rosenberg a la familia Schwartzemberg, ambas de obvio origen germánico. La presencia de alemanes en esa zona de Bohemia, a la que sus compatriotas llamaban Sudetenland, y el supuesto maltrato que recibían por parte de los checos, fue la excusa que utilizó Hitler para concretar su anexión en la negociación política de Munich en Septiembre de 1938, antesala de la segunda guerra mundial. Una gran frustración para los checos, quienes habían preparado su defensa en los bosques de Sumava, y la firma de ese tratado les impidió mostrar su determinación y orgullo nacional. Al terminar la guerra, la naciente Checoeslovaquia, pronta a caer en manos de los comunistas, expulsó a los alemanes de Cesky-Krumlov (se pronuncia “Chesqui”-Krumlov, para indicar su origen checo, y utilizando la terminación eslava “ov” en vez de la alemana “au”). Estos cruzaron la frontera a Baviera, sin darse cuenta que de ese modo, afortunadamente para ellos, evitarían quedar detrás de la cortina de hierro por los próximos 45 años. El régimen comunista checo, aprovechando el despoblamiento del pueblo, envió allí a grupos gitanos, cuyo nomadismo era particularmente molesto para la planificación centralizada del nuevo gobierno de Praga. Estos, justamente por su modo de vida desarraigado, nada agregaron al pueblo, y, por el contrario, dejaron que su aspecto medieval continuara deteriorándose. Sólo la caída del bloque soviético, y la llegada de la democracia a la República Checa, hizo que llegaran capitales privados – además de públicos para reparar el castillo – que le dieron la connotación turística que hoy exhibe, lleno de restaurantes, hoteles pequeños, tiendas de antigüedades o souvenirs, casas de más de 500 años, y su castillo que majestuoso se yergue sobre el río, con su extraordinario teatro privado y sala de baile de máscaras, construidas por Franz Adam Schwarzemberg. Más de medio millón de personas lo visitan anualmente, para apreciar este aspecto de la historia bohemia, que atrajo a tantos en su época de mayor esplendor, entre ellos al extraordinario pintor austríaco Egon Schiele – discípulo de Klimt – a pasar una temporada en 1910, al lugar natal de su madre.
Nuestro grupo formaba parte de esos turistas, que luego de una cena de cocina centroeuropea al son de música gitana la noche anterior, y premunidos de un abundante desayuno buffet a la mañana siguiente, nos aprestábamos a montar una bicicleta para cruzar la antigua cortina de hierro a Alemania, hacia la ciudad de Passau.
La mañana se presentaba helada, a pesar de ser aún Agosto, lo que le confería a nuestro paseo el ambiente de guerra fría que su recorrido nos recordaría. Dejamos Cesky-Krumlov en un una cómoda “van” que nos llevó a la estación de ferrocarril del pueblo, de esas que uno ve en las películas de la segunda guerra mundial en que se trasladaban a los grupos judíos a los campos de concentración. El tren checo tampoco ayudó a cambiar esa imagen, pues era más bien viejo e inconfortable. Avanzamos una hora en dirección suroeste, hasta Nova Pec, donde descendimos para abordar las bicicletas. El frío no cedía, y la lluvia amenazaba con descargarse. Nuestros guantes de ciclistas eran de esos que tienen los dedos cortados para permitir un mejor uso de las manos, conspirando con nuestro esfuerzo por entrar en calor. Los bosques de Sumava, que en el lado alemán corresponden al Bayerische Bald, estaban compuestos de altas coníferas junto a otras especies menores, dándole a la zona un aspecto infranqueable, ese que los checos y sus defensas quisieron oponerle a Hitler, pero no pudieron pues la política se los impidió. Un cartel en el camino nos indicaba la dirección en que se encuentra el canal de Schwarzemberg, construido en el siglo XVIII para llevar los valiosos troncos sacados del bosque a Praga, engrosando la ya abultada fortuna de la familia. A pesar que el camino presenta alguna pendiente, el territorio no es muy alto - se le llama el “techo verde” de Europa, pues divide las aguas que se dirigen al este por el Danubio, para desembocar en el Mar Negro, de las que caen al Elba, y remontan hacia el norte hasta Hamburgo - pero sí se presenta mayoritariamente deshabitado. Este era una de los segmentos de la “cortina de hierro”, metáfora con que Churchill en 1944 le anunciaba al mundo los tiempos que se venían. El bosque que estábamos cruzando como alegres ciclistas del siglo XXI, ajenos a los avatares que sufrieron los habitantes de esa zona durante más de cuatro décadas, había sido la zona prohibida que separaba a los dos bloques de la guerra fría, sólo que uno de ellos era el que prohibía su paso, mostrando la asimetría moral que esa cortina representaba. Por el lado checo, la zona se encuentra circundada de caminos angostos, pero pavimentados, que tenían como objeto servir de vías de vigilancia a los guardias de ese país. En algunas partes habían cortado los árboles para facilitar esa vigilancia. Sin embargo, no había una frontera artificialmente construida, no había muros, ni cercos, ni monolitos, sino más bien, una “zona de nadie”, como nuestros guías checos nos explicaron, a la cual “nadie” en su sano juicio se atrevía a entrar. Nos decía que era más fácil intentar escapar del país tomando un avión en Praga que por aquí, a pesar que sólo un poco más allá, tan sólo un par de kilómetros, se encontraba Baviera, la República Federal Alemana, Occidente, la libertad, las oportunidades y la posibilidad de realizar sus sueños para muchos. En efecto, nosotros así lo comprobamos, pues de pronto, a la vuelta del camino, la senda que seguíamos se encontraba franqueada por sendos carteles que anunciaban el término de la república Checa y el comienzo de Alemania. Este camino no era para automóviles, sino sólo para peatones o ciclistas, y más allá de una cuidada caseta alemana sin guardia en su interior, nada, salvo los carteles mencionados, indicaba que estábamos cambiando de país. Unos cientos de metros más allá, nuestra “van”, que había hecho un recorrido distinto para llegar al lugar, nos esperaba para un merecido refrigerio de frutas y barras energéticas luego de los 48 kilómetros recorridos. Todavía nos quedaban otros 25 para llegar a Passau, pero eran de bajada, en medio de un paisaje bávaro intensamente verde y típico.
Durante ese descanso, reflexionamos desde la comodidad de nuestra libertad, pero con la carga latinoamericana que llevamos, respecto del significado de la frontera recién cruzada. Para Latinoamérica, que durante los ’60 y los ’70 se dejó inflamar por la revolución cubana, para Chile, que durante el gobierno de Allende se refería a la URSS como su hermano mayor, para tantos jóvenes de nuestro continente que creyeron que debían luchar con las armas para cambiar la sociedad, para todo ese esfuerzo político, lo que ocurría detrás de la cortina de hierro no los conmovía, no los tocaba, no modificaba su opción política. Y sin embargo, para la juventud checa o húngara, rumana, búlgara o polaca, incluso para la de la mal llamada Alemania Democrática u Oriental, aquella que no podía salir de su país, que estaba obligada a aprender ruso en su colegio, que no podía emprender las actividades que imaginaba, que cuando se alzó en 1956 o 1968 fue aplastada por tanques, todo lo que entusiasmaba a Latinoamérica era lo que los desalentaba a ellos. ¿Cómo podía ser que una misma ideología se mirase de formas tan distintas en ambos lugares? ¿Por qué en Latinoamérica era el símbolo de liberarse de la opresión y en Europa del este lo contrario? ¿Qué pasa en las mentes de las personas que una misma estructura intelectual genera tan diversas reacciones? Quizás, tenemos que aceptar que las construcciones intelectuales son sólo aproximaciones pobres de la realidad, y ninguna de ellas captura el significado completo de lo que sus traducciones prácticas implican. Así, para los latinoamericanos, apoyar a Vietnam en contra de EE.UU. significaba liberarse del yugo imperialista, y para los europeos del este, emigrar a Occidente, a EE.UU., era liberarse del yugo soviético. Ninguna de las dos posturas tiene mucho que ver con las doctrinas químicamente puras que un esfuerzo intelectual puede intentar sintetizar. Esas doctrinas admiten, en sus traducciones prácticas, formas que para algunos resultan repugnantes y para otros, inspiradoras. Ese espacio interpretativo, que parece contradictorio, refleja las dificultades para implementar las utopías que nuestras mentes conciben, pues muestra que lo que algunos imaginan como utópico, otros lo sufren como totalitario.
Por eso, nuestro descenso hacia Passau, con esos paisajes bávaros de chalets de dos aguas, con balcones con flores y campos fuertemente verdes, iba cargado de ideas que hurgaban nuestra mente, que intentaban darle un esquema ordenador a esa aparente contradicción, que buscaban darle un hilo conductor al derrotero que los seres humanos seguimos en nuestra pasión política. Y en medio de esas divagaciones, lo mejor era, sin duda, la sensación que no estábamos ni en una ni en la otra situación. Éramos tan solo unos privilegiados turistas, disfrutando del paisaje y de un sol que ahora comenzaba a aparecer, calentando nuestro cuerpo y nuestros corazones.
También su historia es torcida. En los siglos XVII y XVIII la influencia alemana se manifiesta de manera notoria, pues el castillo – el segundo más importante de la República Checa después del de Praga – pasó de la familia Rosenberg a la familia Schwartzemberg, ambas de obvio origen germánico. La presencia de alemanes en esa zona de Bohemia, a la que sus compatriotas llamaban Sudetenland, y el supuesto maltrato que recibían por parte de los checos, fue la excusa que utilizó Hitler para concretar su anexión en la negociación política de Munich en Septiembre de 1938, antesala de la segunda guerra mundial. Una gran frustración para los checos, quienes habían preparado su defensa en los bosques de Sumava, y la firma de ese tratado les impidió mostrar su determinación y orgullo nacional. Al terminar la guerra, la naciente Checoeslovaquia, pronta a caer en manos de los comunistas, expulsó a los alemanes de Cesky-Krumlov (se pronuncia “Chesqui”-Krumlov, para indicar su origen checo, y utilizando la terminación eslava “ov” en vez de la alemana “au”). Estos cruzaron la frontera a Baviera, sin darse cuenta que de ese modo, afortunadamente para ellos, evitarían quedar detrás de la cortina de hierro por los próximos 45 años. El régimen comunista checo, aprovechando el despoblamiento del pueblo, envió allí a grupos gitanos, cuyo nomadismo era particularmente molesto para la planificación centralizada del nuevo gobierno de Praga. Estos, justamente por su modo de vida desarraigado, nada agregaron al pueblo, y, por el contrario, dejaron que su aspecto medieval continuara deteriorándose. Sólo la caída del bloque soviético, y la llegada de la democracia a la República Checa, hizo que llegaran capitales privados – además de públicos para reparar el castillo – que le dieron la connotación turística que hoy exhibe, lleno de restaurantes, hoteles pequeños, tiendas de antigüedades o souvenirs, casas de más de 500 años, y su castillo que majestuoso se yergue sobre el río, con su extraordinario teatro privado y sala de baile de máscaras, construidas por Franz Adam Schwarzemberg. Más de medio millón de personas lo visitan anualmente, para apreciar este aspecto de la historia bohemia, que atrajo a tantos en su época de mayor esplendor, entre ellos al extraordinario pintor austríaco Egon Schiele – discípulo de Klimt – a pasar una temporada en 1910, al lugar natal de su madre.
Nuestro grupo formaba parte de esos turistas, que luego de una cena de cocina centroeuropea al son de música gitana la noche anterior, y premunidos de un abundante desayuno buffet a la mañana siguiente, nos aprestábamos a montar una bicicleta para cruzar la antigua cortina de hierro a Alemania, hacia la ciudad de Passau.
La mañana se presentaba helada, a pesar de ser aún Agosto, lo que le confería a nuestro paseo el ambiente de guerra fría que su recorrido nos recordaría. Dejamos Cesky-Krumlov en un una cómoda “van” que nos llevó a la estación de ferrocarril del pueblo, de esas que uno ve en las películas de la segunda guerra mundial en que se trasladaban a los grupos judíos a los campos de concentración. El tren checo tampoco ayudó a cambiar esa imagen, pues era más bien viejo e inconfortable. Avanzamos una hora en dirección suroeste, hasta Nova Pec, donde descendimos para abordar las bicicletas. El frío no cedía, y la lluvia amenazaba con descargarse. Nuestros guantes de ciclistas eran de esos que tienen los dedos cortados para permitir un mejor uso de las manos, conspirando con nuestro esfuerzo por entrar en calor. Los bosques de Sumava, que en el lado alemán corresponden al Bayerische Bald, estaban compuestos de altas coníferas junto a otras especies menores, dándole a la zona un aspecto infranqueable, ese que los checos y sus defensas quisieron oponerle a Hitler, pero no pudieron pues la política se los impidió. Un cartel en el camino nos indicaba la dirección en que se encuentra el canal de Schwarzemberg, construido en el siglo XVIII para llevar los valiosos troncos sacados del bosque a Praga, engrosando la ya abultada fortuna de la familia. A pesar que el camino presenta alguna pendiente, el territorio no es muy alto - se le llama el “techo verde” de Europa, pues divide las aguas que se dirigen al este por el Danubio, para desembocar en el Mar Negro, de las que caen al Elba, y remontan hacia el norte hasta Hamburgo - pero sí se presenta mayoritariamente deshabitado. Este era una de los segmentos de la “cortina de hierro”, metáfora con que Churchill en 1944 le anunciaba al mundo los tiempos que se venían. El bosque que estábamos cruzando como alegres ciclistas del siglo XXI, ajenos a los avatares que sufrieron los habitantes de esa zona durante más de cuatro décadas, había sido la zona prohibida que separaba a los dos bloques de la guerra fría, sólo que uno de ellos era el que prohibía su paso, mostrando la asimetría moral que esa cortina representaba. Por el lado checo, la zona se encuentra circundada de caminos angostos, pero pavimentados, que tenían como objeto servir de vías de vigilancia a los guardias de ese país. En algunas partes habían cortado los árboles para facilitar esa vigilancia. Sin embargo, no había una frontera artificialmente construida, no había muros, ni cercos, ni monolitos, sino más bien, una “zona de nadie”, como nuestros guías checos nos explicaron, a la cual “nadie” en su sano juicio se atrevía a entrar. Nos decía que era más fácil intentar escapar del país tomando un avión en Praga que por aquí, a pesar que sólo un poco más allá, tan sólo un par de kilómetros, se encontraba Baviera, la República Federal Alemana, Occidente, la libertad, las oportunidades y la posibilidad de realizar sus sueños para muchos. En efecto, nosotros así lo comprobamos, pues de pronto, a la vuelta del camino, la senda que seguíamos se encontraba franqueada por sendos carteles que anunciaban el término de la república Checa y el comienzo de Alemania. Este camino no era para automóviles, sino sólo para peatones o ciclistas, y más allá de una cuidada caseta alemana sin guardia en su interior, nada, salvo los carteles mencionados, indicaba que estábamos cambiando de país. Unos cientos de metros más allá, nuestra “van”, que había hecho un recorrido distinto para llegar al lugar, nos esperaba para un merecido refrigerio de frutas y barras energéticas luego de los 48 kilómetros recorridos. Todavía nos quedaban otros 25 para llegar a Passau, pero eran de bajada, en medio de un paisaje bávaro intensamente verde y típico.
Durante ese descanso, reflexionamos desde la comodidad de nuestra libertad, pero con la carga latinoamericana que llevamos, respecto del significado de la frontera recién cruzada. Para Latinoamérica, que durante los ’60 y los ’70 se dejó inflamar por la revolución cubana, para Chile, que durante el gobierno de Allende se refería a la URSS como su hermano mayor, para tantos jóvenes de nuestro continente que creyeron que debían luchar con las armas para cambiar la sociedad, para todo ese esfuerzo político, lo que ocurría detrás de la cortina de hierro no los conmovía, no los tocaba, no modificaba su opción política. Y sin embargo, para la juventud checa o húngara, rumana, búlgara o polaca, incluso para la de la mal llamada Alemania Democrática u Oriental, aquella que no podía salir de su país, que estaba obligada a aprender ruso en su colegio, que no podía emprender las actividades que imaginaba, que cuando se alzó en 1956 o 1968 fue aplastada por tanques, todo lo que entusiasmaba a Latinoamérica era lo que los desalentaba a ellos. ¿Cómo podía ser que una misma ideología se mirase de formas tan distintas en ambos lugares? ¿Por qué en Latinoamérica era el símbolo de liberarse de la opresión y en Europa del este lo contrario? ¿Qué pasa en las mentes de las personas que una misma estructura intelectual genera tan diversas reacciones? Quizás, tenemos que aceptar que las construcciones intelectuales son sólo aproximaciones pobres de la realidad, y ninguna de ellas captura el significado completo de lo que sus traducciones prácticas implican. Así, para los latinoamericanos, apoyar a Vietnam en contra de EE.UU. significaba liberarse del yugo imperialista, y para los europeos del este, emigrar a Occidente, a EE.UU., era liberarse del yugo soviético. Ninguna de las dos posturas tiene mucho que ver con las doctrinas químicamente puras que un esfuerzo intelectual puede intentar sintetizar. Esas doctrinas admiten, en sus traducciones prácticas, formas que para algunos resultan repugnantes y para otros, inspiradoras. Ese espacio interpretativo, que parece contradictorio, refleja las dificultades para implementar las utopías que nuestras mentes conciben, pues muestra que lo que algunos imaginan como utópico, otros lo sufren como totalitario.
Por eso, nuestro descenso hacia Passau, con esos paisajes bávaros de chalets de dos aguas, con balcones con flores y campos fuertemente verdes, iba cargado de ideas que hurgaban nuestra mente, que intentaban darle un esquema ordenador a esa aparente contradicción, que buscaban darle un hilo conductor al derrotero que los seres humanos seguimos en nuestra pasión política. Y en medio de esas divagaciones, lo mejor era, sin duda, la sensación que no estábamos ni en una ni en la otra situación. Éramos tan solo unos privilegiados turistas, disfrutando del paisaje y de un sol que ahora comenzaba a aparecer, calentando nuestro cuerpo y nuestros corazones.
miércoles, julio 30, 2008
Inequidad e Incentivos: Reflexiones Venecianas
En los viajes, nuestra mente, libre de las preocupaciones más apremiantes, divaga con relajo por distintas categorías conceptuales, momentos emocionales o aventuras intelectuales. A veces se enfoca en un edificio particular, por su aspecto general y belleza clásica, pero rápidamente se concentra con la precisión de un rayo láser en el color de la esquina de uno de sus balcones, pues le recuerda una escena de una película que vio alguna vez durante nuestra niñez. De pronto, eso nos transporta a una ocasión infantil con nuestros padres, y, sin darnos cuenta, comenzamos a recorrer añoranzas colegiales, todo en una fracción de segundo, para luego volver al presente, acordándonos que el otro día nos encontramos, después de tantos años, con uno de esos compañeros de colegio tan queridos, para luego cambiar la perspectiva, y adoptar una especie de meta-postura, es decir, una postura en la que reflexionamos sobre el contenido de nuestras divagaciones, como observándolas en tercera persona, y pensamos lo curioso que resulta tener esa capacidad para saltar de una cosa a otra, reenfocando con pasmosa soltura la profundidad conceptual, el punto de vista o la postura moral con que desplegamos esos ejercicios mentales, sin aparente orden ni objetivo. Sin embargo, y a pesar de todo, somos capaces de así, desordenadamente, construir - a fuerza de persistir – pequeños edificios conceptuales, que constituyen nuestra compresión de las cosas, proceso que se va retroalimentando con otros similares, hechos en otras oportunidades, coordinándose además con las reflexiones que resultan de las lecturas que realizamos, entretejiendo todo en una trama a veces fina y a veces gruesa, en un continuo cognitivo que no se detiene, pues, como nos dijo una vez nuestro profesor de filosofía del colegio, el Sr. Hermosilla, ”a la mente no le queda más que … pensar”.
Venecia es una ciudad que siempre resulta sorprendente, por el carácter surrealista de su emplazamiento, la belleza del mar iluminado por el sol - particularmente hermoso en el nacimiento del Gran Canal -, por la aparente futilidad de esas escaleras de los palazzos que no llevan a ningún destino salvo el agua, por la suavidad silenciosa del movimiento de las góndolas que transitan sus canales interiores, todo en un escenario que no ha cambiado en quinientos años, salvo por las tiendas de marcas sofisticadas, que nos recuerdan el gusto italiano por el diseño, y la variedad de idiomas que se escuchan en medio del torrente de turistas que la visitan. Recorriendo el Ca’Rezzonico, uno de esos palacios venecianos que se asoman al Gran Canal - propiedad de la familia Rezzonico durante el siglo XVIII - uno se introduce en el lujo y poderío de las familias nobles y ricas de esa época. En el segundo piso hay una exposición de grabados de Michele Marieschi, artista de esa misma época, con escenas tradicionales de Venecia. Me da la impresión que parte de la belleza del paisaje veneciano, tan bien capturado en los cuadros de Antonio Canal, Canaletto, está dada por la armónica distribución de las ventanas de los edificios, tanto en cantidad, ubicación como tamaño: largas filas de ventanas ornamentadas con estilos diversos pero únicos para cada edificio, de tamaños similares en cada estructura que, desde una adecuada distancia, configuran un todo armónico, confieréndole a la ciudad su aspecto único reproducido con admirable precisión en los grabados de Marieschi. La sala también exhibe algunos Canalettos, uno de los cuales se llama “El Río de los Mendigos”. Muestra una típica escena veneciana, en la que se observan, como era de esperarse, varios mendigos en distintas partes del cuadro, hablando entre ellos o suplicando una limosna a los transeúntes, comerciantes o nobles, algunos en lujosas góndolas cerradas, lejos del alcance de los mendigos, y otros, caminando en medio de ellos. Pero también, y completando el paisaje humano, hay otros personajes que uno adivina pueden ser los emisarios de oscuros complots políticos - organizados por quienes están descontentos con la distribución de poder del momento – o los espías y traidores que participan y colaboran en la sorda y opaca lucha por ese poder, que usualmente aparecen en ambientes en que las reglas de la política no se encuentran completamente institucionalizadas. También se puede observar a prósperos comerciantes, que ignorando a los mendigos, transan sus bienes o servicios, no en protegidas oficinas, sino en lugares públicos, pintando así una escena de un día cualquiera de hace más de 300 años en la próspera Venecia.
Fue ese cuadro el que me llevó a esas divagaciones y reflexiones de las que hablaba al comienzo. Las diferencias de vestuario, de tecnología de transporte y de modos de comunicación entre los venecianos de siglo XVII y los habitantes del siglo XXI no logran ocultar sus evidentes similitudes. La inequidad en la distribución del ingreso es tan o más ostensible que ahora. Los mendigos contrastan con los ricos nobles y burgueses que pululaban la ciudad, tal como ahora el décimo quintil tiene ingresos que son una fracción del que gozan los del primero – en Chile alrededor de un 7%, antes de corregir por impuestos –. Las motivaciones de las personas no han cambiado, y los comerciantes venecianos que intentaban maximizar sus utilidades, no son diferentes de quienes frenéticamente transan acciones, monedas, futuros y todo tipo de sofisticados derivados de índices bursátiles o de otro tipo en las mesas de dinero, o quienes manejan las tiendas por departamento o los supermercados modernos, buscando engrosar las últimas líneas de los balances de sus compañías. Asimismo, así como ayer los que se ubicaban en la parte más alta de la jerarquía social hacían ostentación de su posición en sus alhajadas góndolas, hoy lo hacen con sus automóviles de lujo, sus membresías en clubes exclusivos o con las publicaciones científicas que han acumulado en su carrera. También entre los más pobres, esos mendigos venecianos tienen similares motivaciones a las de quienes, hoy en día, se ganan la vida pidiendo limosna o haciendo malabarismo frente a los automovilistas detenidos delante de un semáforo.
Mientras divagaba, pensaba que ello permite comprender, desde otra perspectiva, lo que la mirada evolucionaria afirma de manera general respecto de los seres humanos: el cúmulo de rasgos específicos de nuestra especie – nuestro sistema emocional y cognitivo – conforman lo que algunos llaman “naturaleza humana”, es decir, una serie de “mecanismos funcionales adaptativos” que pesquisan y procesan las pistas e información que le entrega el entorno para producir conductas, que se expresan en la forma de ciertas regularidades pertenecientes a lo humano, justamente dado el carácter universal de ese sistema emocional y cognitivo. Nos entristecemos frente a algunas cosas y no ante otras, nos angustiamos ante ciertos fenómenos y no ante otros, nos reímos de algunas situaciones y no de otras, y así sucesivamente. Todos esos rasgos fueron seleccionados porque sirvieron mejor el propósito de supervivencia y reproducción de nuestros antepasados cazadores-recolectores, y son los que nos inducen a querer ascender en la jerarquía social, a intentar maximizar nuestro ingreso y bienestar, y de paso, contribuir sin querer, o aceptándolo sin culpa, a la inequidad de las sociedades humanas, a pesar que otros rasgos, también seleccionados evolucionariamente, como nuestra disposición cooperadora, nos instan a corregir esa inequidad, con mayor o menor éxito.
Lo que nos muestra el cuadro de Canaletto es que los mercaderes, mendigos y políticos venecianos comparten muchas más rasgos de lo que creemos con los empresarios, trabajadores, políticos y mendigos del siglo XXI, porque ambos se conducen siguiendo los dictados de la misma naturaleza humana. No deja de ser ilustrativo y digno de reflexión. Más aún en Venecia. Contrariamente a lo que muchos filósofos modernos han plantedo diciendo que las disposiciones conductuales humanas están sólo limitadas por la imaginación de quienes la realizan, la perspectiva evolucionaria ha podido establecer que las personas nos comportamos siguiendo ciertos rasgos específicos de nuestra especie, básicamente, como ya dijimos, nuestro sistema emocional y cognitivo, que llamamos naturaleza humana (ver Blank Slate, de Steven Pinker) y que el cuadro de Canaletto me ayudó a ratificar en esas divagaciones a las que los viajes nos conducen de cuando en cuando.
miércoles, enero 09, 2008
Cambio de Gabinete: buscando recomponer al ánimo societario
El reciente cambio de gabinete es un esfuerzo por recuperar los afectos al interior de la Concertación, que sirva para poder enfrentar con posibilidades de éxito las próximas elecciones municipales, y, especialmente, las presidenciales.
En efecto, al nombrar a Edmundo Pérez Yoma (DC) como ministro del Interior, a Marigen Hornkohl (DC) en Agricultura, y a Hugo Lavados (DC) en Economía, la presidenta Bachelet está haciéndole un tremendo gesto a ese partido, y, en particular a su presidenta, la senadora Soledad Alvear, pues todos esos nombres son cercanos a ella, en un momento en que ese partido necesita ese apoyo para sortear los problemas internos producto del desgarro colorín. Pero, además de eso, el Partido Radical recibió un gesto al obtener un segundo cupo en el gabinete (además del de Justicia) por el nombramiento de Santiago González en Minería. También el PPD fue acariciado al incoporar al presidente de ese partido, Sergio Bitar, a ser el nuevo minsitro de Obras Públicas. El único partido que parecería perjudicado es el partido socialista, pero como ese es el partido de la presidenta, y como quien lo dirige, Camilo Escalona, sabe que el mejor servicio que le puede hacer a su partido es que la Concertación se mantenga en el poder, estuvo dispuesto a apoyar que el PDC fuese reforzado en esta ocasión, y a que el ministro del Interior fuera Pérez Yoma, a pesar de la reticencia de algunos de sus militantes sienten por él, a que los otros partidos se sintieran también apoyados y reforzados en este reajuste ministerial, y a sacrificar mayores cuotas ministeriales ´propias en aras de lo anterior.
De esa manera, los partidos de la Concertación sienten que este cambio de gabinete ha sido hecho pensando en ellos, que la Presidenta acoge sus demandas e intereses, y que de esa manera se cohesiona y fortalece el ánimo societario del conglomerado. Así, el libreto comunicacional que ha insinuado construir el ministro Vidal - un gobierno que ha realizado una gran reforma previsional, que logra acuerdos con la oposición en materias de seguridad y educación y que fortalece la protección social en general - se puede desarrollar sin que permee la imagen de desorden e indecisión gubernamental que se había estado imponiendo, y el gobierno puede intentar hacer aparecer a su segundo tiempo de trabajo como un equipo unido y afiatado que no ha perdido su capacidad de dar gobernabilidad y de conectarse con el electorado con miras a la difícil prueba que enfrentará el 2009.
Sin embargo, ese diseño no se hace sin costos. Sin perjuicio que al ministro Pérez se le reconocen sus cualidades de liderazgo y fuerte carácter, necesarios para enfrentar las dificultades de orden interno y delincuencia que su cartera enfrenta, en los otros casos hay muchas dudas respecto de su capacidad realizadora. El nuevo titular del MOP, Sergio Bitar, ya ha indicado que lo que corresponde en el MOP es sacar las cosas más rápido, lo que anticipa que el esfuerzo de reestructuración del ministerio y de modificación de la forma de abordar los contratos de concesión que estaba abordando el ex ministro Bitrán, sufrirá un retraso o se diluirá. Eso es una lástima, porque se trataba del único intento serio de reforma del Estado abordado en muchos años. El remplazo de Alejandro Ferreiro en la cartera de Economía significa que toda su agenda en relación a las Pymes y al desarrollo del turismo, que tanto le costó construir, también puede desacarrilarse, pues no sabemos cuales serán las prioridades que la presidenta habrña encargado al ministro Lavados. El remplazo en la cartera de Agricultura de un técnico prestigioso por una asistente social con una larga militancia política pero sin antecedentes en el tema, en Minería, de una ministra criticada por su escasa versación en ese sector, por un político con la misma baja versación, y la mantención de la ministra Provoste en Educación, con todas sus limitaciones para desarrollar el sector considerado el más importante para el futuro del país, muestra el escaso interés de la Presidenta por lograr realizaciones en el ámbito sectorial, más allá de su declarado interés por la protección social.
Finalmente, el puntal económico del gabinete, el ministro Velasco, queda con mucho menos apoyo que antes, pues sus colegas de Expansiva, Bitrán y Poniachik, ya no estarán para empatizar con sus posturas, y el nuevo jefe de gabinete ha sido abiertamente crítico de su gestión. Eso le pone obstáculos adicionales a Velasco para poder combatir la inflación, recuperar el crecimiento y mejorar las expectativas, en un momento en que el mundo muestra amenazantes nubarrones, los cuales también se ven en el país. Un ministro Velasco disminuido, que no pueda defender sus posturas con la fuerza con la que lo ha hecho hasta ahora puede ser letal para la confianza de los agentes económicos.
En resumen, un cambio de gabinete que aparece como pensado para resolver problemas políticos, pero carente de vocación realizadora. Un cambio que busca recomponer el ánimo societario en la Concertación, bueno para el corto plazo, pero incierto más allá. Una apuesta riesgosa y que deja varias dudas abiertas.
En efecto, al nombrar a Edmundo Pérez Yoma (DC) como ministro del Interior, a Marigen Hornkohl (DC) en Agricultura, y a Hugo Lavados (DC) en Economía, la presidenta Bachelet está haciéndole un tremendo gesto a ese partido, y, en particular a su presidenta, la senadora Soledad Alvear, pues todos esos nombres son cercanos a ella, en un momento en que ese partido necesita ese apoyo para sortear los problemas internos producto del desgarro colorín. Pero, además de eso, el Partido Radical recibió un gesto al obtener un segundo cupo en el gabinete (además del de Justicia) por el nombramiento de Santiago González en Minería. También el PPD fue acariciado al incoporar al presidente de ese partido, Sergio Bitar, a ser el nuevo minsitro de Obras Públicas. El único partido que parecería perjudicado es el partido socialista, pero como ese es el partido de la presidenta, y como quien lo dirige, Camilo Escalona, sabe que el mejor servicio que le puede hacer a su partido es que la Concertación se mantenga en el poder, estuvo dispuesto a apoyar que el PDC fuese reforzado en esta ocasión, y a que el ministro del Interior fuera Pérez Yoma, a pesar de la reticencia de algunos de sus militantes sienten por él, a que los otros partidos se sintieran también apoyados y reforzados en este reajuste ministerial, y a sacrificar mayores cuotas ministeriales ´propias en aras de lo anterior.
De esa manera, los partidos de la Concertación sienten que este cambio de gabinete ha sido hecho pensando en ellos, que la Presidenta acoge sus demandas e intereses, y que de esa manera se cohesiona y fortalece el ánimo societario del conglomerado. Así, el libreto comunicacional que ha insinuado construir el ministro Vidal - un gobierno que ha realizado una gran reforma previsional, que logra acuerdos con la oposición en materias de seguridad y educación y que fortalece la protección social en general - se puede desarrollar sin que permee la imagen de desorden e indecisión gubernamental que se había estado imponiendo, y el gobierno puede intentar hacer aparecer a su segundo tiempo de trabajo como un equipo unido y afiatado que no ha perdido su capacidad de dar gobernabilidad y de conectarse con el electorado con miras a la difícil prueba que enfrentará el 2009.
Sin embargo, ese diseño no se hace sin costos. Sin perjuicio que al ministro Pérez se le reconocen sus cualidades de liderazgo y fuerte carácter, necesarios para enfrentar las dificultades de orden interno y delincuencia que su cartera enfrenta, en los otros casos hay muchas dudas respecto de su capacidad realizadora. El nuevo titular del MOP, Sergio Bitar, ya ha indicado que lo que corresponde en el MOP es sacar las cosas más rápido, lo que anticipa que el esfuerzo de reestructuración del ministerio y de modificación de la forma de abordar los contratos de concesión que estaba abordando el ex ministro Bitrán, sufrirá un retraso o se diluirá. Eso es una lástima, porque se trataba del único intento serio de reforma del Estado abordado en muchos años. El remplazo de Alejandro Ferreiro en la cartera de Economía significa que toda su agenda en relación a las Pymes y al desarrollo del turismo, que tanto le costó construir, también puede desacarrilarse, pues no sabemos cuales serán las prioridades que la presidenta habrña encargado al ministro Lavados. El remplazo en la cartera de Agricultura de un técnico prestigioso por una asistente social con una larga militancia política pero sin antecedentes en el tema, en Minería, de una ministra criticada por su escasa versación en ese sector, por un político con la misma baja versación, y la mantención de la ministra Provoste en Educación, con todas sus limitaciones para desarrollar el sector considerado el más importante para el futuro del país, muestra el escaso interés de la Presidenta por lograr realizaciones en el ámbito sectorial, más allá de su declarado interés por la protección social.
Finalmente, el puntal económico del gabinete, el ministro Velasco, queda con mucho menos apoyo que antes, pues sus colegas de Expansiva, Bitrán y Poniachik, ya no estarán para empatizar con sus posturas, y el nuevo jefe de gabinete ha sido abiertamente crítico de su gestión. Eso le pone obstáculos adicionales a Velasco para poder combatir la inflación, recuperar el crecimiento y mejorar las expectativas, en un momento en que el mundo muestra amenazantes nubarrones, los cuales también se ven en el país. Un ministro Velasco disminuido, que no pueda defender sus posturas con la fuerza con la que lo ha hecho hasta ahora puede ser letal para la confianza de los agentes económicos.
En resumen, un cambio de gabinete que aparece como pensado para resolver problemas políticos, pero carente de vocación realizadora. Un cambio que busca recomponer el ánimo societario en la Concertación, bueno para el corto plazo, pero incierto más allá. Una apuesta riesgosa y que deja varias dudas abiertas.
jueves, septiembre 27, 2007
Fronteras, membranas y neutralidad moral: reflexiones de un turista
Toda esta reflexión comenzó durante un reciente viaje familiar de vacaciones por el centro de Europa, el día que visitamos el castillo de Neuschwanstein. El castillo está cerca de Fussen, en el sur de Alemania, junto a la frontera con Austria. Luego de apreciar su magnífica ubicación, con espectaculares vistas a las montañas y lagos alrededor y probar algunas de las exquisiteces locales en uno de los restoranes del pueblo, proseguimos nuestro viaje. Cuando aún se paseaban por nuestro paladar y recorrían nuestro sistema límbico los sabores y sensaciones de la sopa de goulash o el strudel de manzana, y nuestra retina aún recordaba el típico paisaje alpino del lugar, de montes, lagos y casas con espigadas techos de dos aguas y balcones de madera, súbitamente un letrero nos indicó que acabábamos de pasar de Alemania a Austria. No habíamos tenido que incurrir en ningún cambio de velocidad, ni nos encontramos con otro tipo de pavimento ni tuvimos que atravesar controles de ningún tipo. La frontera no estaba asociada a ningún obstáculo físico. ‘Es porque estamos en países de la Unión Europea, que aspira al libre movimiento de personas en sus países’ reflexioné para mis adentros. Efectivamente, al día siguiente, cuando viajábamos de Innsbruck a Salzburg, la ruta nos hizo salir de Austria y entrar a Alemania y luego volver a entrar a Austria de la misma manera, sin darnos cuenta, salvo por el solitario letrero que anunciaba el cambio de país.
Sin embargo, me vi obligado a revisar mi conclusión cuando, un par de días más tarde, nuestro paseo nos llevó de Viena a Budapest y debimos cruzar la frontera que separa Austria y Hungría. Aunque Hungría forma parte de la Unión Europea, para cruzar de un país a otro debimos pasar los controles establecidos, donde destacaba un edificio de oficinas burocráticas que recordaba intimidantes películas de la guerra fría, y debimos incorporarnos a las filas de automóviles clasificados por categorías – miembro de la UE o no miembro de la UE – hasta llegar a las casetas con barreras y policías uniformados húngaros. El policía asignado a nuestra fila nos pidió nuestros pasaportes, y luego de una revisión inconducente – no digitó nuestros nombres en un computador para averiguar si teníamos algún problema pendiente con la justicia –, y de una inspección ocular de nuestro vehículo y del aspecto que presentaban sus ocupantes, todo sin moverse de su asiento, procedió al timbrarlos y a levantar la barrera para dejarnos pasar. La fila, revisión y timbraje de pasaportes debe haber durado unos 20 minutos, nada muy grave, pero interminable comparado con la ausencia de todo obstáculo para pasar entre Alemania y Austria, en cualquier dirección. ¿Qué sería lo que mantiene ese rito de control en la UE entre Austria y Hungría, que no se da entre Alemania y Austria? ¿Serán remanentes de su reciente comunismo, con sus rígidos protocolos y controles de todo tipo, lo que les impide desbloquear completamente el control fronterizo? ¿Será que la necesidad de controlar y monitorear lo que ocurre en las fronteras refleja una incapacidad para comprender que las personas sí pueden funcionar coordinada y ordenadamente sin controles, como ocurre en la vida diaria en las sociedades abiertas, si existen instituciones apropiadas que permiten alcanzar niveles adecuados de confianza?
Pensando en eso mientras me internaba en territorio húngaro, me acordé de lo que ocurre en nuestras propias fronteras entre Chile y Argentina, en que el simple cruce en automóvil por el paso Cardenal Samoré, al oriente del lago Puyehue, a unos 1000 kilómetros al sur de Santiago, requiere bajarse del automóvil, llenar los formularios de inmigración, de aduana y los del vehículo, trámite que puede tomar entre media hora - en el mejor caso - y unas dos horas cuando hay mucha gente en plena temporada veraniega. No sólo eso, los automóviles de las compañías que arriendan coches a los turistas no están autorizados para cruzar la frontera – el automóvil debe ser conducido por su dueño, y si el dueño es una persona jurídica, el conductor debe presentar una autorización notarial de esa sociedad dueña, la que debe estar acompañada de los títulos de quien la otorga para verificar que tiene el poder para hacerlo – trámite imposible de realizar para cada turista que arrienda un vehículo. Sólo los buses de turismo tienen un permiso general de validez limitada que debe renovarse periódicamente. El ritual que se hace en el lado chileno se repite en el argentino, y cuando se viene de vuelta ocurre lo mismo, de modo que la visita de las termas de Puyehue en Chile a Villa Angostura en Argentina por el día requiere de cuatro trámites aduaneros como los ya descritos.
Por supuesto que hay muchas razones para establecer controles fronterizos, pero todas son cada vez menos válidas, especialmente para los automóviles. El control aduanero es una razón, aunque la cuantía de la tasa de impuesto aduanero es cada vez menos importante, y lo que los automóviles pudiesen transportar es comercialmente insignificante. El control de las personas es otra, pues hay quienes tienen problemas con la justicia, y la frontera es una instancia que permite detectarlos antes que se escapen a otro país. El control fitosanitario es una tercera. El control judicial y fitosanitario se podría hacer eligiendo automóviles al azar, con importantes sanciones para quienes sean sorprendidos en falta, de modo de que haya incentivos para no hacer trampas. ¡Qué impulso tendría el turismo chileno argentino en esa zona, en que Villa Angostura y las Termas de Puyehue están a 83 kilómetros de distancia, si su paso fuese como el de Austria a Alemania, pensaba yo!
Esas reflexiones se reactivaron cuando nos tocó volver de Budapest a Viena, pues el cruce fue por el mismo complejo fronterizo, sólo que esta vez el policía húngaro sólo miró el set de pasaportes que le pasé, se dio cuenta que éramos una familia proveniente de Chile, lo que le pareció suficientemente inocuo, y luego de intercambiar miradas a través de nuestras pupilas por algunos milisegundos, me los devolvió sin timbrar y seguimos viaje. La disminución de velocidad, la fila y el paso por la caseta nos hizo perder unos tres minutos, una gran mejoría respecto de la ida, pero me llamó la atención que fueran nuevamente policías húngaros quienes nos controlaran, mientras que a los austríacos no les importó si salíamos o entrábamos a su país. ¿Será, volví a pensar, que no se han podido desprender del afán de control que durante décadas impusieron a todos quienes entraban o salían de Hungría? ¿Por qué les importa menos nuestra salida que nuestra entrada?
Entonces recordé otro incidente que tiene que ver con lo anterior y que nos ocurrió en La Habana. El avión en el que volábamos salió de Cancún a Santiago, pero hacía escala en La Habana. Allí nos permitieron bajarnos a una sala de espera para tomar un mojito o comprar algún souvenir, para lo cual nos entregaron unos tarjetones plásticos con la leyenda “en tránsito”. Al volver al avión, gentiles azafatas ubicadas en la escalera de éste nos lo pedían de vuelta. Una vez que todos estuvimos en nuestros asientos y el piloto estaba listo para comenzar el carreteo para buscar el cabezal de despegue, constatamos con sorpresa y temor que el avión estaba siendo circundado por no tan gentiles soldados - con uniforme camuflado y viñeta del Ministerio del Interior – de mangas suficientemente arremangadas como para exhibir la musculatura de sus bíceps, y premunidos de metralletas y aspecto serio. ¿Qué había sucedido? Uno de los chilenos en tránsito no entregó su tarjetón a la azafata, quien en su sonriente gentileza no tuvo la diligencia necesaria para pedirlos uno por uno para asegurarse que todos lo hicieran. Faltaba un tarjetón. ¿Qué importancia podía tener eso, pensaba, si quien debe velar por el número de pasajeros es el piloto, y a éste no le faltaba ni le sobraba ningún pasajero? Claro, yo no reparaba que para los cubanos el extravío de un tarjetón significaba que éste podría haber caído en manos de alguien, de manera fortuita o premeditada, quien podría luego salir sin autorización del país haciéndose pasar por turista en tránsito. Fue en esa ocasión cuando comprendí que los controles fronterizos no son simétricos para quien entra o para quien sale, sino que se parecen más bien a ciertas membranas que pueden dejar pasar líquido en un sentido pero no en otro. Los cubanos dejaban entrar a los turistas pero no dejaban salir a los nativos. En nuestro caso, fue necesario que los soldados ingresaran a la cabina del avión y la recorrieran con el ceño fruncido de arriba abajo para que el distraído chileno se acordara que tenía el tarjetón en el bolsillo de su chaqueta, y nos permitieran retomar el vuelo una hora y media más tarde.
La metáfora de la membrana permite apreciar mejor el verdadero sentido de los puestos fronterizos. Los húngaros ponen más dificultades para entrar que para salir, a los austríacos no les podría importar menos quien entra ni quien sale, y los cubanos son particularmente asimétricos en el uso de sus controles fronterizos, más celosos de sus ciudadanos que de los turistas que los visitan. Si uno medita con cuidado, concluye que detrás de ese fenómeno de asimetría se esconde un problema moral. Si pensamos en el muro de Berlín, éste separaba simétricamente a Berlín Occidental de Berlín Oriental, era el mismo obstáculo físico para los habitantes de ambos lados de la ciudad, pero la disposición intencional y moral con que el muro realizaba su labor era completamente distinta. Quienes vivían en el lado occidental, podían construir sus casas adyacentes al muro mismo, pues Alemania Occidental no tenía objeción si un ciudadano quería utilizar esa cercanía para irse a vivir a la RDA. Sin embargo, en el lado oriental había una distancia de más de 100 metros entre las últimas edificaciones y el muro, lo que constituía un inmenso sitio eriazo que permitía controlar con precisión cualquier intento de fuga. Aunque el obstáculo físico del muro afectaba a ambos lados por igual, sólo un lado, el del este, era el que no dejaba salir con libertad a sus habitantes, reflejando la profunda asimetría moral que la construcción del muro representaba.
Hay membranas que no dejan entrar aunque permiten salir, o viceversa. Desde el punto de vista moral, no es lo mismo no dejar salir que no dejar entrar. El controversial muro que construyó Israel en su frontera con Cisjordania, tenía como objetivo impedir que terroristas suicidas ingresaran desde el lado árabe a Israel con su saga de muertes inocentes. Desde el punto de vista de la libertad de las personas, no es lo mismo que no te dejen salir de tu país, es decir, que te tengan encerrado, que no te dejen entrar a otro país, y sigas pudiendo hacer lo que quieras en el tuyo o en cualquier otro. Aunque también constituye un obstáculo a la libertad, no pueden considerarse moralmente equiparables el muro de Berlín con el muro entre Israel y Cisjordania. Si lo ponemos en términos hipotéticos, no es lo mismo que los chilenos no dejemos entrar a los argentinos a Chile, que a los argentinos no los dejen salir de su país. En el primer caso la restricción les afecta sólo en lo que respecta a sus viajes a Chile, y en el segundo la restricción afecta a todo el universo de opciones posibles salvo permanecer en la propia Argentina. El muro entre Israel y Cisjordania no es moralmente equivalente al muro de Berlín.
La frontera entre Chile y Argentina no está constituida por el obstáculo físico de la Cordillera de Los Andes – obstáculo que es relativamente simétrico para ambos lados – sino que su verdadera esencia la constituyen el tipo de controles intencionales que los gobiernos de ambos países hayan establecido para poder cruzarlas. Dicho de otra forma, los controles fronterizos son barreras intencionales, que fueron concebidas por personas con alguna intención restrictiva. De la naturaleza de la intención restrictiva que se haya elegido, podemos inferir las categorías morales que estuvieron presentes al momento hacer esa elección. Las distintas intenciones de los austríacos, húngaros, los alemanes del este, cubanos o israelíes, reflejan distintas opciones morales. Las fronteras no constituyen un obstáculo físico neutro desde el punto de vista ético, y las disposiciones intencionales que estuvieron presentes para definir el tipo de restricción que las caracteriza, se traducen en conductas que los seres humanos tendemos a calificar moralmente.
Sin embargo, me vi obligado a revisar mi conclusión cuando, un par de días más tarde, nuestro paseo nos llevó de Viena a Budapest y debimos cruzar la frontera que separa Austria y Hungría. Aunque Hungría forma parte de la Unión Europea, para cruzar de un país a otro debimos pasar los controles establecidos, donde destacaba un edificio de oficinas burocráticas que recordaba intimidantes películas de la guerra fría, y debimos incorporarnos a las filas de automóviles clasificados por categorías – miembro de la UE o no miembro de la UE – hasta llegar a las casetas con barreras y policías uniformados húngaros. El policía asignado a nuestra fila nos pidió nuestros pasaportes, y luego de una revisión inconducente – no digitó nuestros nombres en un computador para averiguar si teníamos algún problema pendiente con la justicia –, y de una inspección ocular de nuestro vehículo y del aspecto que presentaban sus ocupantes, todo sin moverse de su asiento, procedió al timbrarlos y a levantar la barrera para dejarnos pasar. La fila, revisión y timbraje de pasaportes debe haber durado unos 20 minutos, nada muy grave, pero interminable comparado con la ausencia de todo obstáculo para pasar entre Alemania y Austria, en cualquier dirección. ¿Qué sería lo que mantiene ese rito de control en la UE entre Austria y Hungría, que no se da entre Alemania y Austria? ¿Serán remanentes de su reciente comunismo, con sus rígidos protocolos y controles de todo tipo, lo que les impide desbloquear completamente el control fronterizo? ¿Será que la necesidad de controlar y monitorear lo que ocurre en las fronteras refleja una incapacidad para comprender que las personas sí pueden funcionar coordinada y ordenadamente sin controles, como ocurre en la vida diaria en las sociedades abiertas, si existen instituciones apropiadas que permiten alcanzar niveles adecuados de confianza?
Pensando en eso mientras me internaba en territorio húngaro, me acordé de lo que ocurre en nuestras propias fronteras entre Chile y Argentina, en que el simple cruce en automóvil por el paso Cardenal Samoré, al oriente del lago Puyehue, a unos 1000 kilómetros al sur de Santiago, requiere bajarse del automóvil, llenar los formularios de inmigración, de aduana y los del vehículo, trámite que puede tomar entre media hora - en el mejor caso - y unas dos horas cuando hay mucha gente en plena temporada veraniega. No sólo eso, los automóviles de las compañías que arriendan coches a los turistas no están autorizados para cruzar la frontera – el automóvil debe ser conducido por su dueño, y si el dueño es una persona jurídica, el conductor debe presentar una autorización notarial de esa sociedad dueña, la que debe estar acompañada de los títulos de quien la otorga para verificar que tiene el poder para hacerlo – trámite imposible de realizar para cada turista que arrienda un vehículo. Sólo los buses de turismo tienen un permiso general de validez limitada que debe renovarse periódicamente. El ritual que se hace en el lado chileno se repite en el argentino, y cuando se viene de vuelta ocurre lo mismo, de modo que la visita de las termas de Puyehue en Chile a Villa Angostura en Argentina por el día requiere de cuatro trámites aduaneros como los ya descritos.
Por supuesto que hay muchas razones para establecer controles fronterizos, pero todas son cada vez menos válidas, especialmente para los automóviles. El control aduanero es una razón, aunque la cuantía de la tasa de impuesto aduanero es cada vez menos importante, y lo que los automóviles pudiesen transportar es comercialmente insignificante. El control de las personas es otra, pues hay quienes tienen problemas con la justicia, y la frontera es una instancia que permite detectarlos antes que se escapen a otro país. El control fitosanitario es una tercera. El control judicial y fitosanitario se podría hacer eligiendo automóviles al azar, con importantes sanciones para quienes sean sorprendidos en falta, de modo de que haya incentivos para no hacer trampas. ¡Qué impulso tendría el turismo chileno argentino en esa zona, en que Villa Angostura y las Termas de Puyehue están a 83 kilómetros de distancia, si su paso fuese como el de Austria a Alemania, pensaba yo!
Esas reflexiones se reactivaron cuando nos tocó volver de Budapest a Viena, pues el cruce fue por el mismo complejo fronterizo, sólo que esta vez el policía húngaro sólo miró el set de pasaportes que le pasé, se dio cuenta que éramos una familia proveniente de Chile, lo que le pareció suficientemente inocuo, y luego de intercambiar miradas a través de nuestras pupilas por algunos milisegundos, me los devolvió sin timbrar y seguimos viaje. La disminución de velocidad, la fila y el paso por la caseta nos hizo perder unos tres minutos, una gran mejoría respecto de la ida, pero me llamó la atención que fueran nuevamente policías húngaros quienes nos controlaran, mientras que a los austríacos no les importó si salíamos o entrábamos a su país. ¿Será, volví a pensar, que no se han podido desprender del afán de control que durante décadas impusieron a todos quienes entraban o salían de Hungría? ¿Por qué les importa menos nuestra salida que nuestra entrada?
Entonces recordé otro incidente que tiene que ver con lo anterior y que nos ocurrió en La Habana. El avión en el que volábamos salió de Cancún a Santiago, pero hacía escala en La Habana. Allí nos permitieron bajarnos a una sala de espera para tomar un mojito o comprar algún souvenir, para lo cual nos entregaron unos tarjetones plásticos con la leyenda “en tránsito”. Al volver al avión, gentiles azafatas ubicadas en la escalera de éste nos lo pedían de vuelta. Una vez que todos estuvimos en nuestros asientos y el piloto estaba listo para comenzar el carreteo para buscar el cabezal de despegue, constatamos con sorpresa y temor que el avión estaba siendo circundado por no tan gentiles soldados - con uniforme camuflado y viñeta del Ministerio del Interior – de mangas suficientemente arremangadas como para exhibir la musculatura de sus bíceps, y premunidos de metralletas y aspecto serio. ¿Qué había sucedido? Uno de los chilenos en tránsito no entregó su tarjetón a la azafata, quien en su sonriente gentileza no tuvo la diligencia necesaria para pedirlos uno por uno para asegurarse que todos lo hicieran. Faltaba un tarjetón. ¿Qué importancia podía tener eso, pensaba, si quien debe velar por el número de pasajeros es el piloto, y a éste no le faltaba ni le sobraba ningún pasajero? Claro, yo no reparaba que para los cubanos el extravío de un tarjetón significaba que éste podría haber caído en manos de alguien, de manera fortuita o premeditada, quien podría luego salir sin autorización del país haciéndose pasar por turista en tránsito. Fue en esa ocasión cuando comprendí que los controles fronterizos no son simétricos para quien entra o para quien sale, sino que se parecen más bien a ciertas membranas que pueden dejar pasar líquido en un sentido pero no en otro. Los cubanos dejaban entrar a los turistas pero no dejaban salir a los nativos. En nuestro caso, fue necesario que los soldados ingresaran a la cabina del avión y la recorrieran con el ceño fruncido de arriba abajo para que el distraído chileno se acordara que tenía el tarjetón en el bolsillo de su chaqueta, y nos permitieran retomar el vuelo una hora y media más tarde.
La metáfora de la membrana permite apreciar mejor el verdadero sentido de los puestos fronterizos. Los húngaros ponen más dificultades para entrar que para salir, a los austríacos no les podría importar menos quien entra ni quien sale, y los cubanos son particularmente asimétricos en el uso de sus controles fronterizos, más celosos de sus ciudadanos que de los turistas que los visitan. Si uno medita con cuidado, concluye que detrás de ese fenómeno de asimetría se esconde un problema moral. Si pensamos en el muro de Berlín, éste separaba simétricamente a Berlín Occidental de Berlín Oriental, era el mismo obstáculo físico para los habitantes de ambos lados de la ciudad, pero la disposición intencional y moral con que el muro realizaba su labor era completamente distinta. Quienes vivían en el lado occidental, podían construir sus casas adyacentes al muro mismo, pues Alemania Occidental no tenía objeción si un ciudadano quería utilizar esa cercanía para irse a vivir a la RDA. Sin embargo, en el lado oriental había una distancia de más de 100 metros entre las últimas edificaciones y el muro, lo que constituía un inmenso sitio eriazo que permitía controlar con precisión cualquier intento de fuga. Aunque el obstáculo físico del muro afectaba a ambos lados por igual, sólo un lado, el del este, era el que no dejaba salir con libertad a sus habitantes, reflejando la profunda asimetría moral que la construcción del muro representaba.
Hay membranas que no dejan entrar aunque permiten salir, o viceversa. Desde el punto de vista moral, no es lo mismo no dejar salir que no dejar entrar. El controversial muro que construyó Israel en su frontera con Cisjordania, tenía como objetivo impedir que terroristas suicidas ingresaran desde el lado árabe a Israel con su saga de muertes inocentes. Desde el punto de vista de la libertad de las personas, no es lo mismo que no te dejen salir de tu país, es decir, que te tengan encerrado, que no te dejen entrar a otro país, y sigas pudiendo hacer lo que quieras en el tuyo o en cualquier otro. Aunque también constituye un obstáculo a la libertad, no pueden considerarse moralmente equiparables el muro de Berlín con el muro entre Israel y Cisjordania. Si lo ponemos en términos hipotéticos, no es lo mismo que los chilenos no dejemos entrar a los argentinos a Chile, que a los argentinos no los dejen salir de su país. En el primer caso la restricción les afecta sólo en lo que respecta a sus viajes a Chile, y en el segundo la restricción afecta a todo el universo de opciones posibles salvo permanecer en la propia Argentina. El muro entre Israel y Cisjordania no es moralmente equivalente al muro de Berlín.
La frontera entre Chile y Argentina no está constituida por el obstáculo físico de la Cordillera de Los Andes – obstáculo que es relativamente simétrico para ambos lados – sino que su verdadera esencia la constituyen el tipo de controles intencionales que los gobiernos de ambos países hayan establecido para poder cruzarlas. Dicho de otra forma, los controles fronterizos son barreras intencionales, que fueron concebidas por personas con alguna intención restrictiva. De la naturaleza de la intención restrictiva que se haya elegido, podemos inferir las categorías morales que estuvieron presentes al momento hacer esa elección. Las distintas intenciones de los austríacos, húngaros, los alemanes del este, cubanos o israelíes, reflejan distintas opciones morales. Las fronteras no constituyen un obstáculo físico neutro desde el punto de vista ético, y las disposiciones intencionales que estuvieron presentes para definir el tipo de restricción que las caracteriza, se traducen en conductas que los seres humanos tendemos a calificar moralmente.
lunes, febrero 26, 2007
ORIGENES EVOLUCIONARIOS DE NUESTRO INTERES EN LA FARANDULA
La farándula acapara los medios: la televisión, con sus programas de conversación en los cuales figuras de los distintos canales se invitan unas a otras para "pelar" a sus colegas, presentes o no, indagando sobre su vida sentimental, sus rivalidades recíprocas, sus debilidades emocionales e intelectuales, tienen alta sintonía; los medios escritos y también los orales se cuelgan de ello, para seguir esas disputas en esos canales de expresión, y la ciudadanía se solaza en una especie de gran pelambre colectivo que enfurece a los más graves - la televisión es para cosas más importantes, aseveran con el ceño fruncido -, permite el abandono relajado a esas prácticas de los trabajólicos y llena los tiempos muertos de quienes no tienen mucho que hacer.
Las teorías sobre por qué la farándula acapara tanto interés abundan: que es un deporte nacional - ¿no lo es en otras latitudes ? -, que es una demostración de la codicia de los medios por obtener dinero fácil - ¿cómo podrían ganar dinero si las personas no se interesaran en ella? -, que es una cultura impuesta que nos rebaja como país - ¿quien la impone, si hay tantas opciones de ver otros canales, leer otras cosas o sencillamente realizar otras actividades y aún así la gente la sigue? - ninguna de las cuales parece tener un sustento razonable.
¿Qué es lo que hace que las personas se interesen por el chismorreo? ¿Por qué el "pelambre" parece ser tan atractivo para todas las personas? Como en todas las actividades humanas que sigan un cierto patrón común, es necesario preguntarse cuáles serían las razones evolucionarias para que ese patrón de conducta se dé, es decir, cuáles pueden haber sido las condiciones en las que vivieron nuestros antepasados cazadores-recolectores que los instaron a sentirse impulsados a "chismorrear", y por qué ello habría quedado incorporado en el pool genético de nuestra especie.
Pues resulta que hay muy buenas razones para ello. En efecto, esto es lo que ocurre. Una de las actividades más importantes para los seres humanos es el apareamiento, es decir, la conformación de pareja, pues es lo que permite que las personas se reproduzcan exitosamente. Debo recordarles que los seres humanos nacen particualrmente indefensos, (porque para que su cráneo quepa por el canal uterino al momento del parto éste debe ser suficientemente pequeño, dando lugar a esa indefensión, y por ello su crecimiento y desarrollo continúa una vez nacido) y requiere, y requería con áun más razón en los tiempos ancestrales, del extremo cuidado de la madre y también de algún cuidado del padre. Este último ayudaba en la defensa de la familia y en la obtención de alimento. De ahí la importancia de ambos miembros de la pareja para que la reproducción fuese exitosa, y la cuidadosa selección (más las mujeres que los hombres) que las personas hacen para elegirla.
Para aparearse las personas requieren conocer a sus potenciales "medias naranjas" y esa información la obtenían, además de la observación directa, de lo que otras personas le contaban sobre ellas, que les permitia concerlas en facetas distintas. Pero, como en muchas actividades humanas, la transmisión de esa información tiende a hacerse de manera manipulativa, para favorecer a quien la entrega en contra de quien la recibe. Una mujer le puede contar a su grupo de mujeres que tal mujer es particularmente promiscua ("esa es una puta"), aunque no sea cierto, porque así aleja de ella al hombre que le interesa. Un hombre podría difundir la idea que su rival era un holgazán ("ese es un buena para nada"), para que no resultara atractivo a la mujer que a él le interesa. No toda esa transmisión de información tenía que ser necesariamente falsa o trastocada. Pero lo que sí queda claro, es que el traspaso de información respecto de todos los miembros del grupo en el que se convive, y respecto de otros grupos vecinos, era una actividad importante para la formación de parejas, para que los padres se preocuparan con quienes se relacionaban sus hijos, y de esa manera, el hablar, pelar o chismorrear sobre otros se transformó en un rasgo característico del comportamiento humano.
En un libro notable, Robin Dunbar, ( "Grooming, Gossip and the Evolution of Language" , o sea, "El acicalamiento, el pelambre y la evolución del lenguaje"), el autor despliega una muy persuasiva hipótesis sobre las presiones de selección que impulsaron la aparición del lenguaje entre los humanos. El demostró que la relación entre la proporción de corteza cerebral respecto del volumen del cerebro de los animales es directamente proprocional al tamaño del grupo en el que esos animales se desenvuelven. Mientras más grande el grupo, mayor es el desarrollo de la corteza respecto del resto del cerebro. Ello, a su vez, dice Dunbar, es así porque la necesidad de modular las conductas que mantienen a ese grupo unido requiere de patrones de comportamientos crecientemente más complejos, y, en consecuencia, más corteza. En el caso de nuestros antecesores, los chimpancés, estos se relacionan entre sí por medio del acicalamiento, esa suerte de rascarse mutuamente, que mantiene la cohesión del grupo. (Por supuesto que sobre eso están las conductas maquiavélicas de los machos alfa y todo lo demás que conocemos). En el caso de los humanos, las presiones para relacionarse en grupos más grandes - los chimpancés operan en grupos de 20 a 25 individuos y los humanos habrían convivido en grupos de unos 150 individuos - seleccionaron las mutaciones que dieron lugar a nuestro mayor volumen cerebral, y al desarrollo del área de Brocca, entre otras, que permitió la aparición del lenguaje. El lenguaje operó como un aglutinante del grupo humano, y eso era adaptativo, pues permitía que esos grupos más grandes tuvieran un mayor éxito reproductivo que si no viviesen en grupos y la pareja estuviese sola con sus hijos.
Fue en ese ambiente, en que el "pelambre" y el "chismorreo" se transformaron en la fuente de información respecto del otro que cada uno utilizaba para elegir pareja (además de las observaciones propias), o tal vez para ayudar a elegir pareja a sus hijos o a otros seres queridos, y, en consecuencia, también permitieron distorsionar o modificar para el interés de cada uno la información entregada. Esa transimisión de información, trasparente en ocasiones y maquiavélica en otras, es una disposición conductual humana que está incorporada a nuestra circuitería neuronal, y forma parte de nuestro pool genético, conducta a la que, hoy en día, llamamos pelambre o chismorreo.
Por eso, no debemos extrañarnos que ello resulte tan atractivo para las personas, que los diarios que se dedican a ello hagan un buen negocio, que la televisión tenga programas de farándula que tengan tanta audiencia, y que eso no pueda modificarse de manera sencilla. Tenemos una tendencia ancestral a ser chismosos. y, ojo, eso es válido tanto las mujeres como los hombres, aunque puede que los temas sobre los que chismorrean uno y otro sexo no sean los mismos.
Las teorías sobre por qué la farándula acapara tanto interés abundan: que es un deporte nacional - ¿no lo es en otras latitudes ? -, que es una demostración de la codicia de los medios por obtener dinero fácil - ¿cómo podrían ganar dinero si las personas no se interesaran en ella? -, que es una cultura impuesta que nos rebaja como país - ¿quien la impone, si hay tantas opciones de ver otros canales, leer otras cosas o sencillamente realizar otras actividades y aún así la gente la sigue? - ninguna de las cuales parece tener un sustento razonable.
¿Qué es lo que hace que las personas se interesen por el chismorreo? ¿Por qué el "pelambre" parece ser tan atractivo para todas las personas? Como en todas las actividades humanas que sigan un cierto patrón común, es necesario preguntarse cuáles serían las razones evolucionarias para que ese patrón de conducta se dé, es decir, cuáles pueden haber sido las condiciones en las que vivieron nuestros antepasados cazadores-recolectores que los instaron a sentirse impulsados a "chismorrear", y por qué ello habría quedado incorporado en el pool genético de nuestra especie.
Pues resulta que hay muy buenas razones para ello. En efecto, esto es lo que ocurre. Una de las actividades más importantes para los seres humanos es el apareamiento, es decir, la conformación de pareja, pues es lo que permite que las personas se reproduzcan exitosamente. Debo recordarles que los seres humanos nacen particualrmente indefensos, (porque para que su cráneo quepa por el canal uterino al momento del parto éste debe ser suficientemente pequeño, dando lugar a esa indefensión, y por ello su crecimiento y desarrollo continúa una vez nacido) y requiere, y requería con áun más razón en los tiempos ancestrales, del extremo cuidado de la madre y también de algún cuidado del padre. Este último ayudaba en la defensa de la familia y en la obtención de alimento. De ahí la importancia de ambos miembros de la pareja para que la reproducción fuese exitosa, y la cuidadosa selección (más las mujeres que los hombres) que las personas hacen para elegirla.
Para aparearse las personas requieren conocer a sus potenciales "medias naranjas" y esa información la obtenían, además de la observación directa, de lo que otras personas le contaban sobre ellas, que les permitia concerlas en facetas distintas. Pero, como en muchas actividades humanas, la transmisión de esa información tiende a hacerse de manera manipulativa, para favorecer a quien la entrega en contra de quien la recibe. Una mujer le puede contar a su grupo de mujeres que tal mujer es particularmente promiscua ("esa es una puta"), aunque no sea cierto, porque así aleja de ella al hombre que le interesa. Un hombre podría difundir la idea que su rival era un holgazán ("ese es un buena para nada"), para que no resultara atractivo a la mujer que a él le interesa. No toda esa transmisión de información tenía que ser necesariamente falsa o trastocada. Pero lo que sí queda claro, es que el traspaso de información respecto de todos los miembros del grupo en el que se convive, y respecto de otros grupos vecinos, era una actividad importante para la formación de parejas, para que los padres se preocuparan con quienes se relacionaban sus hijos, y de esa manera, el hablar, pelar o chismorrear sobre otros se transformó en un rasgo característico del comportamiento humano.
En un libro notable, Robin Dunbar, ( "Grooming, Gossip and the Evolution of Language" , o sea, "El acicalamiento, el pelambre y la evolución del lenguaje"), el autor despliega una muy persuasiva hipótesis sobre las presiones de selección que impulsaron la aparición del lenguaje entre los humanos. El demostró que la relación entre la proporción de corteza cerebral respecto del volumen del cerebro de los animales es directamente proprocional al tamaño del grupo en el que esos animales se desenvuelven. Mientras más grande el grupo, mayor es el desarrollo de la corteza respecto del resto del cerebro. Ello, a su vez, dice Dunbar, es así porque la necesidad de modular las conductas que mantienen a ese grupo unido requiere de patrones de comportamientos crecientemente más complejos, y, en consecuencia, más corteza. En el caso de nuestros antecesores, los chimpancés, estos se relacionan entre sí por medio del acicalamiento, esa suerte de rascarse mutuamente, que mantiene la cohesión del grupo. (Por supuesto que sobre eso están las conductas maquiavélicas de los machos alfa y todo lo demás que conocemos). En el caso de los humanos, las presiones para relacionarse en grupos más grandes - los chimpancés operan en grupos de 20 a 25 individuos y los humanos habrían convivido en grupos de unos 150 individuos - seleccionaron las mutaciones que dieron lugar a nuestro mayor volumen cerebral, y al desarrollo del área de Brocca, entre otras, que permitió la aparición del lenguaje. El lenguaje operó como un aglutinante del grupo humano, y eso era adaptativo, pues permitía que esos grupos más grandes tuvieran un mayor éxito reproductivo que si no viviesen en grupos y la pareja estuviese sola con sus hijos.
Fue en ese ambiente, en que el "pelambre" y el "chismorreo" se transformaron en la fuente de información respecto del otro que cada uno utilizaba para elegir pareja (además de las observaciones propias), o tal vez para ayudar a elegir pareja a sus hijos o a otros seres queridos, y, en consecuencia, también permitieron distorsionar o modificar para el interés de cada uno la información entregada. Esa transimisión de información, trasparente en ocasiones y maquiavélica en otras, es una disposición conductual humana que está incorporada a nuestra circuitería neuronal, y forma parte de nuestro pool genético, conducta a la que, hoy en día, llamamos pelambre o chismorreo.
Por eso, no debemos extrañarnos que ello resulte tan atractivo para las personas, que los diarios que se dedican a ello hagan un buen negocio, que la televisión tenga programas de farándula que tengan tanta audiencia, y que eso no pueda modificarse de manera sencilla. Tenemos una tendencia ancestral a ser chismosos. y, ojo, eso es válido tanto las mujeres como los hombres, aunque puede que los temas sobre los que chismorrean uno y otro sexo no sean los mismos.
domingo, febrero 18, 2007
TONGOY, GUANAQUEROS Y EL EMPRENDIMIENTO
Hace cuatro temporadas que veraneo en Puerto Velero. Este resort balneario está ubicado en la punta noreste de una bella playa, cuyo extremo suroeste es el balneario de Tongoy, sobre la península del mismo nombre. Desde Puerto Velero, cuyos departamentos están a cierta altura sobre el mar, se observa la playa amplia y generosa, de arenas claras, mar azul intenso y un oleaje suave que invita a refrescarse, con una temperatura que no molesta. Al fondo, se observa Tongoy, un accidente geográfico inusual en la costa chilena, al otro lado del cual se abre una bahía aún más grande, que termina en la llamada Punta Lengua de Vaca, porque su silueta recortada contra el sol que se esconde en el horizonte la simula a la perfección. Es un lugar bello y grato para el turista, especialmente para las familias cuyos hijos tienen edades entre seis y dieciséis años, pues tiene instalaciones deportivas y recreativas que invitan al descanso y a la vida al aire libre en un ambiente cerrado y bien protegido.
Continuando desde Puerto Velero hacia el norte, la costa se hace más rocosa, con rompientes amenazantes, salvo por la bella Playa Blanca, y continúa de manera sinuosa, albergando en sus recovecos aves y otra fauna marina, formando una nueva península, la ed Guanaqueros, más larga y grande que la de Tongoy, que abre paso a la caleta de pescadores y balneario del mismo nombre, a su vez el inicio de otra inmensa bahía con estupendas y largas playas de arenas claras que invitan a recorrelas, culminando en el condominio y camping de Morrillos. Una privilegiada zona turística cuyoas potencialidades seguramente serán aprovechadas en las décadas venideras.
El grupo nuestro, constituido por familias como las que he descrito, muchos de ellas con sus hijos en el mismo colegio que los nuestros y compañeros de curso de ellos, se reúne con frecuencia a "conversar" el verano, recorriendo los típicos temas estivales, que van desde la política, el deporte, el pelambre general y un meta-análisis de las vacaciones, o sea, un análisis veraniego de las vacaciones. Rompe la monotonía del descanso los viajes a Tongoy a comprar abarrotes o a adquirir algunos de los estupendos alimentos marinos que ofrece el terminal pesquero, pero también, en ocasiones, a comer en algunos de los restaurantes que ofrece el pueblo. Alternativamente, esas comidas tienen lugar en Guanqueros, cuya oferta gastronómica y de servicio parece más organizada y de mejor calidad.
A lo largo de los años, les he comentado a mis amigos, de manera reiterada, exagerada y quizás exasperante – es posible que focalice mi neurosis en ello – que Tongoy es “un destilado de las peores cualidades de los chilenos”: no progresa, los locales son los mismos, las tiendas no mejoran, no hay innovación, no hay propuestas novedosas, todo parece igual que hace cuarenta años. En cambio, Guanaqueros tiene más vida, los restaurantes se modernizan, hasta hay un pequeño supermercado con tecnología más moderna para adquirir los alimentos, en la noche hay se ve una variada y sana diversión, todo lo cual resulta difícil de entender si ambos pueblos están a sólo quince kilómetros de distancia.
Este año, en uno de mis viajes a Tongoy, llevé “a dedo” a tres trabajadoras de Tongoy que realizan labores domésticas para los veraneantes de los departamentos de Puerto Velero. Les pregunté sobre su pueblo, si progresaba o se “quedaba”. Una de ellas, la de más edad - acercándose quizás a los cincuenta - me dice que más bien está estancado. ¿Por qué? indago. No sé, me contesta. ¿Qué van a hacer? insisto. Luego de un par de segundos de vacilación me responde, con un dejo de indisimulado orgullo, que se están organizando para lograr su vieja aspiración de transformarse en una comuna.
En ese momento mis sospechas sobre lo que pasaba en Tongoy dejaron de ser elaboraciones sesgadas mías y comenzaron a tener sustento en el testimonio de este miembro de la comunidad tongoyana. Ese es justamente el problema pensé. Tongoy no progresa porque espera que ese progreso venga de una resolución administrativa del gobierno central, que les permita tener un alcalde, burocracia propia, puestos de trabajo improductivos propios, capacidad de pelear por platas fiscales de manera directa y no a través del municipio de Coquimbo y que esa redistribución de los impuestos nacionales hacia la comuna de Tongoy sea la palanca de desarrollo del pueblo. El mismo error que acaba de cometer el país al crear dos nuevas regiones: la de Arica y la de los Ríos. Esa errada manera de entender la creación de valor por medio de oficinas públicas en vez de emprender actividades nuevas, que en el caso de Tongoy podría ser ofrecer servicios a los casi 500 departamentos de Puerto Velero y los miles de turistas que lo visitan, no solamente en verano, forma parte de una mentalidad castrante de la iniciativa individual y colectiva, que impide mirar las cosas de otra forma.
Curioso, porque Guanaqueros, que seguramente no puede aspirar a ser comuna – está demasiado cerca de Coquimbo para ello – ni siquiera se plantea esa posibilidad, y, en consecuencia, sus habitantes deben desplegar más ingenio e iniciativa, las circunstancias los impulsan a emprender y prosperar sin esperar que los recursos les lleguen del gobierno central, y los resultados están a la vista, como les repito con insistencia a mis amigos.
La capacidad para emprender la tienen todas las personas, pero son las circunstancias externas – las condiciones de borde, en el lenguaje de la física – las que las activan o inhiben, según el caso. Guanaqueros es un casi de emprendimiento exitoso y Tongoy uno de emprendimiento ausente. Uno quiere resolver sus problemas por sí mismo y el otros espera que se los resuelva el papá fisco. Tongoy desilusiona y Guanaqueros estimula.
Continuando desde Puerto Velero hacia el norte, la costa se hace más rocosa, con rompientes amenazantes, salvo por la bella Playa Blanca, y continúa de manera sinuosa, albergando en sus recovecos aves y otra fauna marina, formando una nueva península, la ed Guanaqueros, más larga y grande que la de Tongoy, que abre paso a la caleta de pescadores y balneario del mismo nombre, a su vez el inicio de otra inmensa bahía con estupendas y largas playas de arenas claras que invitan a recorrelas, culminando en el condominio y camping de Morrillos. Una privilegiada zona turística cuyoas potencialidades seguramente serán aprovechadas en las décadas venideras.
El grupo nuestro, constituido por familias como las que he descrito, muchos de ellas con sus hijos en el mismo colegio que los nuestros y compañeros de curso de ellos, se reúne con frecuencia a "conversar" el verano, recorriendo los típicos temas estivales, que van desde la política, el deporte, el pelambre general y un meta-análisis de las vacaciones, o sea, un análisis veraniego de las vacaciones. Rompe la monotonía del descanso los viajes a Tongoy a comprar abarrotes o a adquirir algunos de los estupendos alimentos marinos que ofrece el terminal pesquero, pero también, en ocasiones, a comer en algunos de los restaurantes que ofrece el pueblo. Alternativamente, esas comidas tienen lugar en Guanqueros, cuya oferta gastronómica y de servicio parece más organizada y de mejor calidad.
A lo largo de los años, les he comentado a mis amigos, de manera reiterada, exagerada y quizás exasperante – es posible que focalice mi neurosis en ello – que Tongoy es “un destilado de las peores cualidades de los chilenos”: no progresa, los locales son los mismos, las tiendas no mejoran, no hay innovación, no hay propuestas novedosas, todo parece igual que hace cuarenta años. En cambio, Guanaqueros tiene más vida, los restaurantes se modernizan, hasta hay un pequeño supermercado con tecnología más moderna para adquirir los alimentos, en la noche hay se ve una variada y sana diversión, todo lo cual resulta difícil de entender si ambos pueblos están a sólo quince kilómetros de distancia.
Este año, en uno de mis viajes a Tongoy, llevé “a dedo” a tres trabajadoras de Tongoy que realizan labores domésticas para los veraneantes de los departamentos de Puerto Velero. Les pregunté sobre su pueblo, si progresaba o se “quedaba”. Una de ellas, la de más edad - acercándose quizás a los cincuenta - me dice que más bien está estancado. ¿Por qué? indago. No sé, me contesta. ¿Qué van a hacer? insisto. Luego de un par de segundos de vacilación me responde, con un dejo de indisimulado orgullo, que se están organizando para lograr su vieja aspiración de transformarse en una comuna.
En ese momento mis sospechas sobre lo que pasaba en Tongoy dejaron de ser elaboraciones sesgadas mías y comenzaron a tener sustento en el testimonio de este miembro de la comunidad tongoyana. Ese es justamente el problema pensé. Tongoy no progresa porque espera que ese progreso venga de una resolución administrativa del gobierno central, que les permita tener un alcalde, burocracia propia, puestos de trabajo improductivos propios, capacidad de pelear por platas fiscales de manera directa y no a través del municipio de Coquimbo y que esa redistribución de los impuestos nacionales hacia la comuna de Tongoy sea la palanca de desarrollo del pueblo. El mismo error que acaba de cometer el país al crear dos nuevas regiones: la de Arica y la de los Ríos. Esa errada manera de entender la creación de valor por medio de oficinas públicas en vez de emprender actividades nuevas, que en el caso de Tongoy podría ser ofrecer servicios a los casi 500 departamentos de Puerto Velero y los miles de turistas que lo visitan, no solamente en verano, forma parte de una mentalidad castrante de la iniciativa individual y colectiva, que impide mirar las cosas de otra forma.
Curioso, porque Guanaqueros, que seguramente no puede aspirar a ser comuna – está demasiado cerca de Coquimbo para ello – ni siquiera se plantea esa posibilidad, y, en consecuencia, sus habitantes deben desplegar más ingenio e iniciativa, las circunstancias los impulsan a emprender y prosperar sin esperar que los recursos les lleguen del gobierno central, y los resultados están a la vista, como les repito con insistencia a mis amigos.
La capacidad para emprender la tienen todas las personas, pero son las circunstancias externas – las condiciones de borde, en el lenguaje de la física – las que las activan o inhiben, según el caso. Guanaqueros es un casi de emprendimiento exitoso y Tongoy uno de emprendimiento ausente. Uno quiere resolver sus problemas por sí mismo y el otros espera que se los resuelva el papá fisco. Tongoy desilusiona y Guanaqueros estimula.
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