lunes, septiembre 08, 2008

DE CESKY-KRUMLOV A PASSAU:CRUZANDO LA“CORTINA DE HIERRO” EN BICICLETA







Cesky-Krumlov es un pueblo ubicado en el sur de Bohemia, el sector occidental de la República Checa. Para los alemanes, el nombre del pueblo es Krumau, y viene del vocablo “krum”, que significa “torcido”, porque esa es una de los rasgos que caracterizan al pueblo. Como nos lo explicó nuestro guía checo Sanda, el río Vltava – Moldava para nosotros, el mismo que cruza Praga – lo serpentea de manera particularmente torcida, el empedrado de sus calzadas es torcido, pues no sigue un patrón regular ni en su trazado ni en el tamaño de sus adoquines, sus calles son torcidas, ofreciendo inesperados balcones, tiendas o vistas de su castillo, al doblar sus esquinas.

También su historia es torcida. En los siglos XVII y XVIII la influencia alemana se manifiesta de manera notoria, pues el castillo – el segundo más importante de la República Checa después del de Praga – pasó de la familia Rosenberg a la familia Schwartzemberg, ambas de obvio origen germánico. La presencia de alemanes en esa zona de Bohemia, a la que sus compatriotas llamaban Sudetenland, y el supuesto maltrato que recibían por parte de los checos, fue la excusa que utilizó Hitler para concretar su anexión en la negociación política de Munich en Septiembre de 1938, antesala de la segunda guerra mundial. Una gran frustración para los checos, quienes habían preparado su defensa en los bosques de Sumava, y la firma de ese tratado les impidió mostrar su determinación y orgullo nacional. Al terminar la guerra, la naciente Checoeslovaquia, pronta a caer en manos de los comunistas, expulsó a los alemanes de Cesky-Krumlov (se pronuncia “Chesqui”-Krumlov, para indicar su origen checo, y utilizando la terminación eslava “ov” en vez de la alemana “au”). Estos cruzaron la frontera a Baviera, sin darse cuenta que de ese modo, afortunadamente para ellos, evitarían quedar detrás de la cortina de hierro por los próximos 45 años. El régimen comunista checo, aprovechando el despoblamiento del pueblo, envió allí a grupos gitanos, cuyo nomadismo era particularmente molesto para la planificación centralizada del nuevo gobierno de Praga. Estos, justamente por su modo de vida desarraigado, nada agregaron al pueblo, y, por el contrario, dejaron que su aspecto medieval continuara deteriorándose. Sólo la caída del bloque soviético, y la llegada de la democracia a la República Checa, hizo que llegaran capitales privados – además de públicos para reparar el castillo – que le dieron la connotación turística que hoy exhibe, lleno de restaurantes, hoteles pequeños, tiendas de antigüedades o souvenirs, casas de más de 500 años, y su castillo que majestuoso se yergue sobre el río, con su extraordinario teatro privado y sala de baile de máscaras, construidas por Franz Adam Schwarzemberg. Más de medio millón de personas lo visitan anualmente, para apreciar este aspecto de la historia bohemia, que atrajo a tantos en su época de mayor esplendor, entre ellos al extraordinario pintor austríaco Egon Schiele – discípulo de Klimt – a pasar una temporada en 1910, al lugar natal de su madre.

Nuestro grupo formaba parte de esos turistas, que luego de una cena de cocina centroeuropea al son de música gitana la noche anterior, y premunidos de un abundante desayuno buffet a la mañana siguiente, nos aprestábamos a montar una bicicleta para cruzar la antigua cortina de hierro a Alemania, hacia la ciudad de Passau.

La mañana se presentaba helada, a pesar de ser aún Agosto, lo que le confería a nuestro paseo el ambiente de guerra fría que su recorrido nos recordaría. Dejamos Cesky-Krumlov en un una cómoda “van” que nos llevó a la estación de ferrocarril del pueblo, de esas que uno ve en las películas de la segunda guerra mundial en que se trasladaban a los grupos judíos a los campos de concentración. El tren checo tampoco ayudó a cambiar esa imagen, pues era más bien viejo e inconfortable. Avanzamos una hora en dirección suroeste, hasta Nova Pec, donde descendimos para abordar las bicicletas. El frío no cedía, y la lluvia amenazaba con descargarse. Nuestros guantes de ciclistas eran de esos que tienen los dedos cortados para permitir un mejor uso de las manos, conspirando con nuestro esfuerzo por entrar en calor. Los bosques de Sumava, que en el lado alemán corresponden al Bayerische Bald, estaban compuestos de altas coníferas junto a otras especies menores, dándole a la zona un aspecto infranqueable, ese que los checos y sus defensas quisieron oponerle a Hitler, pero no pudieron pues la política se los impidió. Un cartel en el camino nos indicaba la dirección en que se encuentra el canal de Schwarzemberg, construido en el siglo XVIII para llevar los valiosos troncos sacados del bosque a Praga, engrosando la ya abultada fortuna de la familia. A pesar que el camino presenta alguna pendiente, el territorio no es muy alto - se le llama el “techo verde” de Europa, pues divide las aguas que se dirigen al este por el Danubio, para desembocar en el Mar Negro, de las que caen al Elba, y remontan hacia el norte hasta Hamburgo - pero sí se presenta mayoritariamente deshabitado. Este era una de los segmentos de la “cortina de hierro”, metáfora con que Churchill en 1944 le anunciaba al mundo los tiempos que se venían. El bosque que estábamos cruzando como alegres ciclistas del siglo XXI, ajenos a los avatares que sufrieron los habitantes de esa zona durante más de cuatro décadas, había sido la zona prohibida que separaba a los dos bloques de la guerra fría, sólo que uno de ellos era el que prohibía su paso, mostrando la asimetría moral que esa cortina representaba. Por el lado checo, la zona se encuentra circundada de caminos angostos, pero pavimentados, que tenían como objeto servir de vías de vigilancia a los guardias de ese país. En algunas partes habían cortado los árboles para facilitar esa vigilancia. Sin embargo, no había una frontera artificialmente construida, no había muros, ni cercos, ni monolitos, sino más bien, una “zona de nadie”, como nuestros guías checos nos explicaron, a la cual “nadie” en su sano juicio se atrevía a entrar. Nos decía que era más fácil intentar escapar del país tomando un avión en Praga que por aquí, a pesar que sólo un poco más allá, tan sólo un par de kilómetros, se encontraba Baviera, la República Federal Alemana, Occidente, la libertad, las oportunidades y la posibilidad de realizar sus sueños para muchos. En efecto, nosotros así lo comprobamos, pues de pronto, a la vuelta del camino, la senda que seguíamos se encontraba franqueada por sendos carteles que anunciaban el término de la república Checa y el comienzo de Alemania. Este camino no era para automóviles, sino sólo para peatones o ciclistas, y más allá de una cuidada caseta alemana sin guardia en su interior, nada, salvo los carteles mencionados, indicaba que estábamos cambiando de país. Unos cientos de metros más allá, nuestra “van”, que había hecho un recorrido distinto para llegar al lugar, nos esperaba para un merecido refrigerio de frutas y barras energéticas luego de los 48 kilómetros recorridos. Todavía nos quedaban otros 25 para llegar a Passau, pero eran de bajada, en medio de un paisaje bávaro intensamente verde y típico.

Durante ese descanso, reflexionamos desde la comodidad de nuestra libertad, pero con la carga latinoamericana que llevamos, respecto del significado de la frontera recién cruzada. Para Latinoamérica, que durante los ’60 y los ’70 se dejó inflamar por la revolución cubana, para Chile, que durante el gobierno de Allende se refería a la URSS como su hermano mayor, para tantos jóvenes de nuestro continente que creyeron que debían luchar con las armas para cambiar la sociedad, para todo ese esfuerzo político, lo que ocurría detrás de la cortina de hierro no los conmovía, no los tocaba, no modificaba su opción política. Y sin embargo, para la juventud checa o húngara, rumana, búlgara o polaca, incluso para la de la mal llamada Alemania Democrática u Oriental, aquella que no podía salir de su país, que estaba obligada a aprender ruso en su colegio, que no podía emprender las actividades que imaginaba, que cuando se alzó en 1956 o 1968 fue aplastada por tanques, todo lo que entusiasmaba a Latinoamérica era lo que los desalentaba a ellos. ¿Cómo podía ser que una misma ideología se mirase de formas tan distintas en ambos lugares? ¿Por qué en Latinoamérica era el símbolo de liberarse de la opresión y en Europa del este lo contrario? ¿Qué pasa en las mentes de las personas que una misma estructura intelectual genera tan diversas reacciones? Quizás, tenemos que aceptar que las construcciones intelectuales son sólo aproximaciones pobres de la realidad, y ninguna de ellas captura el significado completo de lo que sus traducciones prácticas implican. Así, para los latinoamericanos, apoyar a Vietnam en contra de EE.UU. significaba liberarse del yugo imperialista, y para los europeos del este, emigrar a Occidente, a EE.UU., era liberarse del yugo soviético. Ninguna de las dos posturas tiene mucho que ver con las doctrinas químicamente puras que un esfuerzo intelectual puede intentar sintetizar. Esas doctrinas admiten, en sus traducciones prácticas, formas que para algunos resultan repugnantes y para otros, inspiradoras. Ese espacio interpretativo, que parece contradictorio, refleja las dificultades para implementar las utopías que nuestras mentes conciben, pues muestra que lo que algunos imaginan como utópico, otros lo sufren como totalitario.

Por eso, nuestro descenso hacia Passau, con esos paisajes bávaros de chalets de dos aguas, con balcones con flores y campos fuertemente verdes, iba cargado de ideas que hurgaban nuestra mente, que intentaban darle un esquema ordenador a esa aparente contradicción, que buscaban darle un hilo conductor al derrotero que los seres humanos seguimos en nuestra pasión política. Y en medio de esas divagaciones, lo mejor era, sin duda, la sensación que no estábamos ni en una ni en la otra situación. Éramos tan solo unos privilegiados turistas, disfrutando del paisaje y de un sol que ahora comenzaba a aparecer, calentando nuestro cuerpo y nuestros corazones.

miércoles, julio 30, 2008

Inequidad e Incentivos: Reflexiones Venecianas




En los viajes, nuestra mente, libre de las preocupaciones más apremiantes, divaga con relajo por distintas categorías conceptuales, momentos emocionales o aventuras intelectuales. A veces se enfoca en un edificio particular, por su aspecto general y belleza clásica, pero rápidamente se concentra con la precisión de un rayo láser en el color de la esquina de uno de sus balcones, pues le recuerda una escena de una película que vio alguna vez durante nuestra niñez. De pronto, eso nos transporta a una ocasión infantil con nuestros padres, y, sin darnos cuenta, comenzamos a recorrer añoranzas colegiales, todo en una fracción de segundo, para luego volver al presente, acordándonos que el otro día nos encontramos, después de tantos años, con uno de esos compañeros de colegio tan queridos, para luego cambiar la perspectiva, y adoptar una especie de meta-postura, es decir, una postura en la que reflexionamos sobre el contenido de nuestras divagaciones, como observándolas en tercera persona, y pensamos lo curioso que resulta tener esa capacidad para saltar de una cosa a otra, reenfocando con pasmosa soltura la profundidad conceptual, el punto de vista o la postura moral con que desplegamos esos ejercicios mentales, sin aparente orden ni objetivo. Sin embargo, y a pesar de todo, somos capaces de así, desordenadamente, construir - a fuerza de persistir – pequeños edificios conceptuales, que constituyen nuestra compresión de las cosas, proceso que se va retroalimentando con otros similares, hechos en otras oportunidades, coordinándose además con las reflexiones que resultan de las lecturas que realizamos, entretejiendo todo en una trama a veces fina y a veces gruesa, en un continuo cognitivo que no se detiene, pues, como nos dijo una vez nuestro profesor de filosofía del colegio, el Sr. Hermosilla, ”a la mente no le queda más que … pensar”.
Venecia es una ciudad que siempre resulta sorprendente, por el carácter surrealista de su emplazamiento, la belleza del mar iluminado por el sol - particularmente hermoso en el nacimiento del Gran Canal -, por la aparente futilidad de esas escaleras de los palazzos que no llevan a ningún destino salvo el agua, por la suavidad silenciosa del movimiento de las góndolas que transitan sus canales interiores, todo en un escenario que no ha cambiado en quinientos años, salvo por las tiendas de marcas sofisticadas, que nos recuerdan el gusto italiano por el diseño, y la variedad de idiomas que se escuchan en medio del torrente de turistas que la visitan. Recorriendo el Ca’Rezzonico, uno de esos palacios venecianos que se asoman al Gran Canal - propiedad de la familia Rezzonico durante el siglo XVIII - uno se introduce en el lujo y poderío de las familias nobles y ricas de esa época. En el segundo piso hay una exposición de grabados de Michele Marieschi, artista de esa misma época, con escenas tradicionales de Venecia. Me da la impresión que parte de la belleza del paisaje veneciano, tan bien capturado en los cuadros de Antonio Canal, Canaletto, está dada por la armónica distribución de las ventanas de los edificios, tanto en cantidad, ubicación como tamaño: largas filas de ventanas ornamentadas con estilos diversos pero únicos para cada edificio, de tamaños similares en cada estructura que, desde una adecuada distancia, configuran un todo armónico, confieréndole a la ciudad su aspecto único reproducido con admirable precisión en los grabados de Marieschi. La sala también exhibe algunos Canalettos, uno de los cuales se llama “El Río de los Mendigos”. Muestra una típica escena veneciana, en la que se observan, como era de esperarse, varios mendigos en distintas partes del cuadro, hablando entre ellos o suplicando una limosna a los transeúntes, comerciantes o nobles, algunos en lujosas góndolas cerradas, lejos del alcance de los mendigos, y otros, caminando en medio de ellos. Pero también, y completando el paisaje humano, hay otros personajes que uno adivina pueden ser los emisarios de oscuros complots políticos - organizados por quienes están descontentos con la distribución de poder del momento – o los espías y traidores que participan y colaboran en la sorda y opaca lucha por ese poder, que usualmente aparecen en ambientes en que las reglas de la política no se encuentran completamente institucionalizadas. También se puede observar a prósperos comerciantes, que ignorando a los mendigos, transan sus bienes o servicios, no en protegidas oficinas, sino en lugares públicos, pintando así una escena de un día cualquiera de hace más de 300 años en la próspera Venecia.

Fue ese cuadro el que me llevó a esas divagaciones y reflexiones de las que hablaba al comienzo. Las diferencias de vestuario, de tecnología de transporte y de modos de comunicación entre los venecianos de siglo XVII y los habitantes del siglo XXI no logran ocultar sus evidentes similitudes. La inequidad en la distribución del ingreso es tan o más ostensible que ahora. Los mendigos contrastan con los ricos nobles y burgueses que pululaban la ciudad, tal como ahora el décimo quintil tiene ingresos que son una fracción del que gozan los del primero – en Chile alrededor de un 7%, antes de corregir por impuestos –. Las motivaciones de las personas no han cambiado, y los comerciantes venecianos que intentaban maximizar sus utilidades, no son diferentes de quienes frenéticamente transan acciones, monedas, futuros y todo tipo de sofisticados derivados de índices bursátiles o de otro tipo en las mesas de dinero, o quienes manejan las tiendas por departamento o los supermercados modernos, buscando engrosar las últimas líneas de los balances de sus compañías. Asimismo, así como ayer los que se ubicaban en la parte más alta de la jerarquía social hacían ostentación de su posición en sus alhajadas góndolas, hoy lo hacen con sus automóviles de lujo, sus membresías en clubes exclusivos o con las publicaciones científicas que han acumulado en su carrera. También entre los más pobres, esos mendigos venecianos tienen similares motivaciones a las de quienes, hoy en día, se ganan la vida pidiendo limosna o haciendo malabarismo frente a los automovilistas detenidos delante de un semáforo.
Mientras divagaba, pensaba que ello permite comprender, desde otra perspectiva, lo que la mirada evolucionaria afirma de manera general respecto de los seres humanos: el cúmulo de rasgos específicos de nuestra especie – nuestro sistema emocional y cognitivo – conforman lo que algunos llaman “naturaleza humana”, es decir, una serie de “mecanismos funcionales adaptativos” que pesquisan y procesan las pistas e información que le entrega el entorno para producir conductas, que se expresan en la forma de ciertas regularidades pertenecientes a lo humano, justamente dado el carácter universal de ese sistema emocional y cognitivo. Nos entristecemos frente a algunas cosas y no ante otras, nos angustiamos ante ciertos fenómenos y no ante otros, nos reímos de algunas situaciones y no de otras, y así sucesivamente. Todos esos rasgos fueron seleccionados porque sirvieron mejor el propósito de supervivencia y reproducción de nuestros antepasados cazadores-recolectores, y son los que nos inducen a querer ascender en la jerarquía social, a intentar maximizar nuestro ingreso y bienestar, y de paso, contribuir sin querer, o aceptándolo sin culpa, a la inequidad de las sociedades humanas, a pesar que otros rasgos, también seleccionados evolucionariamente, como nuestra disposición cooperadora, nos instan a corregir esa inequidad, con mayor o menor éxito.
Lo que nos muestra el cuadro de Canaletto es que los mercaderes, mendigos y políticos venecianos comparten muchas más rasgos de lo que creemos con los empresarios, trabajadores, políticos y mendigos del siglo XXI, porque ambos se conducen siguiendo los dictados de la misma naturaleza humana. No deja de ser ilustrativo y digno de reflexión. Más aún en Venecia. Contrariamente a lo que muchos filósofos modernos han plantedo diciendo que las disposiciones conductuales humanas están sólo limitadas por la imaginación de quienes la realizan, la perspectiva evolucionaria ha podido establecer que las personas nos comportamos siguiendo ciertos rasgos específicos de nuestra especie, básicamente, como ya dijimos, nuestro sistema emocional y cognitivo, que llamamos naturaleza humana (ver Blank Slate, de Steven Pinker) y que el cuadro de Canaletto me ayudó a ratificar en esas divagaciones a las que los viajes nos conducen de cuando en cuando.

miércoles, enero 09, 2008

Cambio de Gabinete: buscando recomponer al ánimo societario


El reciente cambio de gabinete es un esfuerzo por recuperar los afectos al interior de la Concertación, que sirva para poder enfrentar con posibilidades de éxito las próximas elecciones municipales, y, especialmente, las presidenciales.

En efecto, al nombrar a Edmundo Pérez Yoma (DC) como ministro del Interior, a Marigen Hornkohl (DC) en Agricultura, y a Hugo Lavados (DC) en Economía, la presidenta Bachelet está haciéndole un tremendo gesto a ese partido, y, en particular a su presidenta, la senadora Soledad Alvear, pues todos esos nombres son cercanos a ella, en un momento en que ese partido necesita ese apoyo para sortear los problemas internos producto del desgarro colorín. Pero, además de eso, el Partido Radical recibió un gesto al obtener un segundo cupo en el gabinete (además del de Justicia) por el nombramiento de Santiago González en Minería. También el PPD fue acariciado al incoporar al presidente de ese partido, Sergio Bitar, a ser el nuevo minsitro de Obras Públicas. El único partido que parecería perjudicado es el partido socialista, pero como ese es el partido de la presidenta, y como quien lo dirige, Camilo Escalona, sabe que el mejor servicio que le puede hacer a su partido es que la Concertación se mantenga en el poder, estuvo dispuesto a apoyar que el PDC fuese reforzado en esta ocasión, y a que el ministro del Interior fuera Pérez Yoma, a pesar de la reticencia de algunos de sus militantes sienten por él, a que los otros partidos se sintieran también apoyados y reforzados en este reajuste ministerial, y a sacrificar mayores cuotas ministeriales ´propias en aras de lo anterior.

De esa manera, los partidos de la Concertación sienten que este cambio de gabinete ha sido hecho pensando en ellos, que la Presidenta acoge sus demandas e intereses, y que de esa manera se cohesiona y fortalece el ánimo societario del conglomerado. Así, el libreto comunicacional que ha insinuado construir el ministro Vidal - un gobierno que ha realizado una gran reforma previsional, que logra acuerdos con la oposición en materias de seguridad y educación y que fortalece la protección social en general - se puede desarrollar sin que permee la imagen de desorden e indecisión gubernamental que se había estado imponiendo, y el gobierno puede intentar hacer aparecer a su segundo tiempo de trabajo como un equipo unido y afiatado que no ha perdido su capacidad de dar gobernabilidad y de conectarse con el electorado con miras a la difícil prueba que enfrentará el 2009.

Sin embargo, ese diseño no se hace sin costos. Sin perjuicio que al ministro Pérez se le reconocen sus cualidades de liderazgo y fuerte carácter, necesarios para enfrentar las dificultades de orden interno y delincuencia que su cartera enfrenta, en los otros casos hay muchas dudas respecto de su capacidad realizadora. El nuevo titular del MOP, Sergio Bitar, ya ha indicado que lo que corresponde en el MOP es sacar las cosas más rápido, lo que anticipa que el esfuerzo de reestructuración del ministerio y de modificación de la forma de abordar los contratos de concesión que estaba abordando el ex ministro Bitrán, sufrirá un retraso o se diluirá. Eso es una lástima, porque se trataba del único intento serio de reforma del Estado abordado en muchos años. El remplazo de Alejandro Ferreiro en la cartera de Economía significa que toda su agenda en relación a las Pymes y al desarrollo del turismo, que tanto le costó construir, también puede desacarrilarse, pues no sabemos cuales serán las prioridades que la presidenta habrña encargado al ministro Lavados. El remplazo en la cartera de Agricultura de un técnico prestigioso por una asistente social con una larga militancia política pero sin antecedentes en el tema, en Minería, de una ministra criticada por su escasa versación en ese sector, por un político con la misma baja versación, y la mantención de la ministra Provoste en Educación, con todas sus limitaciones para desarrollar el sector considerado el más importante para el futuro del país, muestra el escaso interés de la Presidenta por lograr realizaciones en el ámbito sectorial, más allá de su declarado interés por la protección social.

Finalmente, el puntal económico del gabinete, el ministro Velasco, queda con mucho menos apoyo que antes, pues sus colegas de Expansiva, Bitrán y Poniachik, ya no estarán para empatizar con sus posturas, y el nuevo jefe de gabinete ha sido abiertamente crítico de su gestión. Eso le pone obstáculos adicionales a Velasco para poder combatir la inflación, recuperar el crecimiento y mejorar las expectativas, en un momento en que el mundo muestra amenazantes nubarrones, los cuales también se ven en el país. Un ministro Velasco disminuido, que no pueda defender sus posturas con la fuerza con la que lo ha hecho hasta ahora puede ser letal para la confianza de los agentes económicos.

En resumen, un cambio de gabinete que aparece como pensado para resolver problemas políticos, pero carente de vocación realizadora. Un cambio que busca recomponer el ánimo societario en la Concertación, bueno para el corto plazo, pero incierto más allá. Una apuesta riesgosa y que deja varias dudas abiertas.