miércoles, febrero 14, 2007

ISLA DE PASCUA: CULTURA Y FUTURO

Cuando llegué a la Isla, uno de los folletos motivadores turísticos con que me encontré, en el hotel y en la oficina de turismo isleña, decía que Isla de Pascua es el museo al aire libre más grande el mundo. Al principio, esa afirmación me pareció una frase “marketera” sin contenido, pero luego, visitando la Isla y reflexionando sobre ello, me di cuenta que tiene mucho de verdad.

En efecto, gran parte del perímetro costero está lleno de “ahus”, las plataformas ceremoniales donde se ubicaban los moais. Uno de sus volcanes, el Rano Raraku, es la cantera más importante de donde provenía la piedra para tallar los moais, y ahí se encuentran cientos de ellos, algunos en una temprana fase de tallado, aún formando parte de la roca. Los cráteres de ese y otros volcanes eran - y son actualmente, esporádicamente, y de manera recreada - escenarios de ceremonias de la cultura local. La costa contiene cavernas utilizadas por los nativos para refugiarse, en alguna de las cuales se encuentran pinturas rupestres. Caminando por la costa o las laderas de los cerros, es muy fácil encontrarse con piedras que, mirando con cuidado, contienen petroglifos. Los islotes que enfrentan al volcán Rano Kau – Motu Nui Nui (isla grande), Motu Iti (isla pequeña) y Motu KauKau (isla puntiaguda) – formaban parte integrante de las competencias por determinar el clan que gobernaría la isla, pues representantes de estos debían bajar la pared del volcán, cruzar a nado los 1300 metros que la separan de la Isla del Motu Nui Nui, y ser el primero en traer de vuelta un huevo de manutara (pájaros marinos locales, ya extintos), como una manera de establecer el poder por métodos competitivos menos cruentos que las guerras. Es decir, la Isla es, efectiva y casi literalmente, un museo, un museo al aire libre.

La valoración que nuestra civilización le da a las culturas antiguas es cada vez mayor. En parte, porque la situación no es como en la antigüedad, en que una cultura distinta constituía una amenaza para la del lugar, a la que había que destruir para que, por un argumento simétrico, no la destruyera a uno. Hoy en día, por el contrario, la diversidad cultural es una fuente de aprendizaje sobre el ser humano, sus motivaciones, su historia, sus capacidades y su destino. Desde esa perspectiva, parece razonable la valoración y cuidado que le asignamos a esas manifestaciones culturales ancestrales, y que nos preocupemos porque no desaparezcan. La pregunta es ¿cómo?

¿Queremos mantener a esas poblaciones viviendo como vivían antes, durante el apogeo de su civilización? ¿Querrían ellos seguir viviendo de esa forma, o preferirán tomar los elementos de la civilización global que les apetezcan? ¿Nos parece razonable dejar que ellos tomen esa decisión o queremos forzarlos a mantener su forma de vida, como algunos opositores a la central Ralco querían hacer con los pehuenches que vivían en la zona recolectando piñones? ¿Es posible mantener a esos grupos viviendo de manera tan disímil con el resto, con malas condiciones higiénicas, de vivienda, de salud, de alimentación, sólo para que el resto pueda contemplar esa forma de vida, amparados en la diversidad cultural, sin permitirles que se incorporen a nuestro modo de vida, con sus ventajas y desventajas?

Mi respuesta a ello es no. No podemos quejarnos de las miserables condiciones de vida de mapuches, pehuenches o aymaras y simultáneamente forzarlos a mantener sus formas culturales de vida. Lo más probable es que ellos tampoco quieran eso. Mucho más razonable es que nuestra civilización se preocupe de mantener, recoger, clasificar, registrar y estudiar todas sus manifestaciones culturales, y científicamente preservarlas en museos, al aire libre o no, para que todos podamos contemplarlas, admirarlas, estudiarlas, compararlas, criticarlas, y que quienes se sienten sus herederos puedan continuar aportando a ese conocimiento que así estará adecuadamente protegido y no librado a la suerte de los pocos descendientes que recuerden anécdotas, antes que desaparezcan, como ocurrió con los onas y alacalufes.

El museo al aire libre que es Isla de Pascua, desde esa perspectiva, debe profesionalizarse, debe expandirse aún más ese parque nacional a toda la isla, debe protegerse de mejor forma los “ahus”, los petroglifos, las cavernas y los moais, delimitando las zonas peatonales en cada uno de ellos, debe haber guardias que vigilen que no se destruyan los restos de valor arqueológico, debe haber especialistas que se preocupen de estudiar el idioma isleño y que éste se utilice, junto con el español, en la señalética pública (como en Hawai), en fin, deben aprovecharse los avances científicos, financieros y de toda índole que proporciona nuestra cultura global, para preservar de la mejor manera posible la cultura de la isla, pero sin que ello signifique violentar la autonomía de los isleños respecto de lo que ellos quieran hacer con sus vidas.

¿Es posible hacer eso? ¿Quién lo financia? Al respecto, el guía que nos mostró las plataformas ceremoniales y el resto de la cultura isleña, nos dijo que había un proyecto para cobrar 50 dólares por turista que visitara la Isla. A mí pareció una buena idea, porque de esa forma, serían los interesados en ella, que llegan a ella atraídos por esa cultura, quienes financien ese esfuerzo financiero adicional que se requiere. El año pasado la visitaron 45 mil personas, este año ese número probablemente subirá y si finalmente se la califica como una de las nuevas 7 Maravillas del Mundo, la demanda por visitarla continuará en alza. Un parque-museo como Isla de Pascua se merece recibir 50 dólares por visitarlo, aunque se quejen algunos mochileros, que deberán aumentar sus ahorros para llegar. Dos o tres millones de dólares anuales destinados directamente a esas labores pueden hacer una diferencia no menor al escuálido presupuesto que hoy maneja la CONAF y los Parques Nacionales para realizar sus labores en la Isla.

Creo que preservar la cultura de una manera moderna, que paguen por ello mayoritariamente quienes se interesan en ella y que permita preservar algo que muchos consideran un patrimonio de la humanidad, es una buena manera para Chile de mostrar su madurez como nación y su visión de futuro como miembro de la comunidad de países que desea vivir integrado al mundo y aportándole al resto aquello que posee de atractivo.

1 comentario:

Álvaro Undurraga dijo...

Álvaro: La gran pregunta es como no transformar a los isleños con influencias que los perjudiquen. Basta ver en EEUU los pueblos originarios, no tienen una buena adaptación. Por otro lado podríamos comparar la cultura pascuense con otras instituciones en Chile. Por ejemplo el instituto nacional, en estos momentos esta abriendo un Preuniversitario en el mall los trapenses, siguen con la tradición pero tratan de seguir avanzando con las diferencias de nuestro tiempo.