El vuelo entre Madrid y Paris es corto y sobrevuela Europa, de modo que es agradable observar el terreno desde la altura, en especial la salida y llegada a las ciudades. Eso, a menos que uno esté sentado en el asiento del pasillo, como me ocurría a mí en este vuelo Iberia, en cuyo caso uno debe contentarse con observar los pasajeros de a bordo o las revistas que ofrece el bolsillo del asiento que está frente a uno. En esta ocasión preferí la lectura de un artículo sobre la situación en Líbano de un Economist que traía conmigo. En eso estaba cuando sonó el timbre que indica un próximo anuncio desde la cabina y alcanzo a escuchar " …. la comandate de la nave ..". Aguzo el oído para seguir el resto de su explicación, lo que me permite constatar - no sin alguna dificultad, pues su voz es más grave que lo normal - que efectivamente se trata de una comandante mujer. Es la primera vez que me toca una, pienso para mis adentros, mientras ella completa su descripción del plan de vuelo. A continuación, comienza el mismo ejercicio, pero esta vez en inglés. A esas alturas había dejado la discusión personal sobre el Medio Oriente con The Economist y me encontraba absorto reflexionando sobre este hallazgo. La comandante comienza a decir "This is the captain speaking …." y caigo en cuenta que si no es porque ya sabía que era mujer, no me hubiese dado cuenta de inmediato, (por el tono algo ronco de su voz), y probablemente me hubiese demorado en averiguarlo luego de alguna confusión inicial. Qué curioso, pienso, en inglés no hubiese sido posible distinguir por las palabras ocupadas el género del que habla co,o en castellano, a menos que luego el contexto permita averiguarlo, o porque el timbre de voz del hablante lo delate. Bueno, en inglés también puede ocurrir que se utilice la palabra "man" o "men" para referirse a "ser" o "seres humanos" y no porque se esté refiriendo al género masculino únicamente. Pero eso no corresponde a una ambigüedad del idioma, sino a la tendencia a masculinizar las palabras cuando se quiere denotar a una persona en general, y no a una de un sexo particular.
Este fenómeno ya lo había experimentado en carne propia cuando escribí el libro "Evolución … el nuevo paradigma" (Universitaria, 2001), pues muchas veces debí usar la expresión "las personas" o "los seres humanos" o "los individuos" en vez de "el hombre" como cuando uno dice "el hombre ha tenido, a través de la historia…", y lo hice ex profeso, buscando palabras que fuesen neutras y no denotaran un género o sexo en particular. El celo que tuve para no perder la neutralidad sexual lexicográfica, cuando efectivamente me estaba refiriendo a cualquiera de los dos sexos y no a uno en particular, lo mantuve en todo el libro, y no por razones de corrección política – el libro contiene un capítulo completo dedicado a las diferencias evolucionarías entre hombres y mujeres y he escrito bastante al respecto, ganándome no pocos enojos y molestias – sino por precisión de lenguaje. Sólo cuando se hace necesario hacer la diferencia entre hombre y mujer, me parece correcto utilizar las palabras que denotan a uno u otro.
Quien ha hecho un esfuerzo interesante en ese sentido es el filósofo Jesús Mosterín, pues en sus libros ha acuñado las expresión "humanes" para referirse a los seres humanos (humán en singular), que es una palabra neutra desde el punto de vista del género, y que además le permite distinguir a esa especie de otras especies animales, como cuando dice "los primates no humanes", por ejemplo. Los humanes equivaldría a hablar de los chimpacés o las ballenas. Creo que el ejemplo de Jesús debe ser seguido, y, repito, no por resultar políticamente correcto, sino porque es un lenguaje más preciso.
Aunque es posible que algunos quieran explicar esta asimetría en los idiomas para referirse a los géneros mediante complejas teorías sociológicas - y así enfrascarse en interminables discusiones de diversa índole, que más bien denotan la molestia con ese estado de cosas de quien las inicia que un verdadero afán científico para explicarlas -, creo que es preferible corregir esa situación, eligiendo un lenguaje más preciso, como la ha hecho Mosterín, que comenzar una batalla de géneros ¿no crees tú?.
1 comentario:
Creo!
Creo además que debemos seguir el ejemplo de Jesús (el de Galilea), un avanzado en la consideración a las mujeres.
Vocablos como "hombre" para referirse a los seres humanos o a la humanidad completa (los hombres)
debieran comenzar a desparecer. Me parece bien el término neutro, además vamos galopando hacia una cultura andrógina. No me gusta, pero pienso que es una realidad.
A todo esto; llegué a tu blog a través del de Pedro Arellano y te escribo porque me llamó la atención tu comentario. A própósito del Economist, hace un par de meses leí un artículo sobre la evolución, realmente precioso. Entre otras cosas decía que los otros seres, que al igual que los humanos son capaces de preocuparse de individuos que no pertenecen a su núcleo familiar, son los murciélagos. Ellos están dispuestos a entregar sangre a algún murciélago hambriento (no me acuerdo cómo, será porque me da un poco de asco), pero esperan como retorno el mismo favor. Si eso no sucede, el murciélago deudor nunca más es sujeto de crédito. Que increíble!
Referente al debilitamiento de las cordadas de relaciones a las que alude Pedro, he pensado que en parte puede deberse a la aparición de los seguros, sistemas previsionales, coberturas de salud etc. Ya la red social de padres, hijos, hermanos, tíos, primos y padrinos no es requerida como sostén económico en los momentos de crisis. Ya no es necesario resolver los problemas en el consejo familiar. las personas deciden por si mismas, se independizan, se aislan y se quedan solas.
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